Este pasado viernes 24 de febrero,
pude participar en sala del Aquárium Donostia de San Sebastián en la
presentación del nuevo libro de la poeta, compositora musical y acreditada
pianista, Maricruz Galatas. Se trata de “Es-co-gi-dos, Antología poética
1992-2016)”, un poemario bellamente editado por Gráficas Lorea, bajo el diseño
del Estudio Lanzagorta. Por lo que la
tarde que nos juntó a un grupo de amigos de la autora resultó muy especial, gozosa
para toda la concurrencia, ya que no se prodigan mucho, en tiempos como los que
corren, bautizos de este cariz cultural.
En
consecuencia, acudimos allí para hablar de poesía. Y en lo que a mí respecta,
pese a que me dieran el uso de la palabra, tildándome de experto en tales
lides, sentí tener que defraudarles al
decirles que me resultaba imposible definir lo que es la poesía. “Poesía eres
tú”, dijo Bécquer teniendo por destinataria a una mujer. A lo que, desde la
parte receptora, le responderían: “Poesía soy yo” (mediante una antología de
poemas escritos por mujeres en el siglo XX, para empezar a saldar así la cuenta
con Ellas largamente contraída). Y aún añadí que, tampoco me satisfacían
plenamente ninguna de las numerosas aproximaciones ¿clarificadoras? que había
podido encontrar puestas en boca de muy ilustres creadores o críticos
literarios.
Puesto
que en eso que todos llamamos y tenemos por poesía se advierte siempre un cierto halo de
misterio. Como en la contemplación de las mismas estrellas que coronan la
bóveda celeste o, más aún, de la impactante luna preñada de oro en el centro de
la noche oscura. Tanto como en el enigma mismo de vivir.
Porque,
frente a otras ciencias, lo que la poesía hace es revelarnos algo esclarecérnoslo mediante imágenes y metáforas.
De ahí que constituya esa joya preciosa fraguada con la paciencia exquisita de
la misma perla en el vientre de la ostra. Como una estalagmita gota a gota
forjada. Esa poesía, siempre tan necesaria. Cual alimento para matar el hambre.
“Como el aire que exigimos trece veces por minuto”, en palabras del inconmensurable poeta vasco Gabriel
Celaya.
Porque,
quizás, ahora más que nunca, todos nosotros necesitemos cargar nuestras mochilas
de ilusiones. Con la esperanza de un mejor futuro. Máxime en esta sociedad egoísta
e insensible, con el sombrío panorama de crisis de valores y de tantos
desfalcos en lo público, que ensanchan hasta lo insoportable las desigualdades
entre las personas.
En
verdad que a mí me gusta la poesía sencilla, pura y cristalina. Sabiamente
tejida con esa inteligencia que halla el nombre preciso de las cosas,
según pretendía Juan Ramón Jiménez. Cual
un suspirillo, la prefiero. Con el primoroso encanto de nuestra lírica
tradicional. Como en esta letrilla sacada de una danza de paloteo (o de
espadas) de San Leonardo, entonada a ritmo de dulzaina y tamboril y, como en
una rogativa, reclamando la lluvia al insistir: “Fuentecita, mana y mana / y
cogeré. / Que está esperando mi amor / y tardaré”.
Similar
en su síntesis de puño apretado a la plasmada en este Haikou, ya culto, de
Mario Benedetti, en acertado ariete contra nuestro absurdo engreimiento o
nuestra soberbia desmedida: “La mariposa / recordará por siempre / que fue
gusano”.
De
aquí que, frente a la autocomplacencia, yo apueste por el temblor de la duda
como mejor camino del conocimiento. En la convicción de que la grandeza se
encuentra en medio de la tempestad, cual advirtiera Heidegger que sabía de
nuestro precario equilibrio (pues somos caducos cual hoja del nogal) al apreciar
la angustia de la muerte como un ingrediente básico de nuestras vidas. El mismo
Heidegger que identificó la lengua como la casa de la verdad del ser, pues solo
concebía el mundo humano en clave de lenguaje.
Cuando
un niño se cae y se hiere en su piel, su
madre le recita este remedio: “Cúrate, / cúrate sana, / anca de rana. / Si no
te curas hoy, / te curarás mañana”. Desconozco, les dije, si la poesía resulta
sanadora contra los dolores de cabeza o los remordimientos de conciencia. Pues
los peores males son: soledad y pensamiento. “Escribo muchas veces –dijo cierta
poeta– para sanar las heridas o para reconciliarme con el mundo”. En todo caso,
entiendo que es también cuestión de fe. Por lo que frente a los muchos que
acostumbran a croar como ranas a través de las redes sociales: yo, señoras y
señores, debo confesarles que sí que creo (de crear y de creer) firmemente en
el efecto benéfico de la poesía.
Puesto
que, como advertía mi paisana la poeta Concha de Marco: comprendo que el más
alto escalón en lo que respecta al pensamiento humano es el de la poesía. Eso
de que en pocas palabras consiga reflejar un estado de ánimo profundo y con él
el personaje que lo soporta y siente es una cosa única.
A
fin de cuentas, una poesía que fortalezca a los demás y nos haga sentir el
placer de lo que dura, de lo que en el recuerdo no se rompe y perdura.
Vuele,
por ello, la poesía, cual mariposa, que
despliega sus alas multicolores al sol y al viento. Sirviéndose, en su caso, de
palabras que nos hablan, nos interpelan y nos emocionan. Que nos trasladan al
fondo del espejo.
Y
es que música y poesía, poesía y música son algo que necesita Maricruz Galatas
manipular constantemente en su trama y urdimbre. Cual hilandera hacendosa para
redondear su partitura o entretejer sus
poemas. Tanto como el soñar.
Tratando
de calmar esa insaciable sed del ser de su existencia.
José María Martínez Laseca
(1 de marzo de 2017)
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