miércoles, 1 de marzo de 2017

Sobre el poemario Es-co-gi-dos

Este pasado viernes 24 de febrero, pude participar en sala del Aquárium Donostia de San Sebastián en la presentación del nuevo libro de la poeta, compositora musical y acreditada pianista, Maricruz Galatas. Se trata de “Es-co-gi-dos, Antología poética 1992-2016)”, un poemario bellamente editado por Gráficas Lorea, bajo el diseño del Estudio Lanzagorta.     Por lo que la tarde que nos juntó a un grupo de amigos de la autora resultó muy especial, gozosa para toda la concurrencia, ya que no se prodigan mucho, en tiempos como los que corren,  bautizos de este cariz cultural.
            En consecuencia, acudimos allí para hablar de poesía. Y en lo que a mí respecta, pese a que me dieran el uso de la palabra, tildándome de experto en tales lides,  sentí tener que defraudarles al decirles que me resultaba imposible definir lo que es la poesía. “Poesía eres tú”, dijo Bécquer teniendo por destinataria a una mujer. A lo que, desde la parte receptora, le responderían: “Poesía soy yo” (mediante una antología de poemas escritos por mujeres en el siglo XX, para empezar a saldar así la cuenta con Ellas largamente contraída). Y aún añadí que, tampoco me satisfacían plenamente ninguna de las numerosas aproximaciones ¿clarificadoras? que había podido encontrar puestas en boca de muy ilustres creadores o críticos literarios.
            Puesto que en eso que todos llamamos y tenemos por  poesía se advierte siempre un cierto halo de misterio. Como en la contemplación de las mismas estrellas que coronan la bóveda celeste o, más aún, de la impactante luna preñada de oro en el centro de la noche oscura. Tanto como en el enigma mismo de vivir.
            Porque, frente a otras ciencias, lo que la poesía hace es revelarnos algo  esclarecérnoslo mediante imágenes y metáforas. De ahí que constituya esa joya preciosa fraguada con la paciencia exquisita de la misma perla en el vientre de la ostra. Como una estalagmita gota a gota forjada. Esa poesía, siempre tan necesaria. Cual alimento para matar el hambre. “Como el aire que exigimos trece veces por minuto”, en palabras  del inconmensurable poeta vasco Gabriel Celaya.
            Porque, quizás, ahora más que nunca, todos nosotros necesitemos cargar nuestras mochilas de ilusiones. Con la esperanza de un mejor futuro. Máxime en esta sociedad egoísta e insensible, con el sombrío panorama de crisis de valores y de tantos desfalcos en lo público, que ensanchan hasta lo insoportable las desigualdades entre las personas.
            En verdad que a mí me gusta la poesía sencilla, pura y cristalina. Sabiamente tejida con esa inteligencia que halla el nombre preciso de las cosas, según  pretendía Juan Ramón Jiménez. Cual un suspirillo, la prefiero. Con el primoroso encanto de nuestra lírica tradicional. Como en esta letrilla sacada de una danza de paloteo (o de espadas) de San Leonardo, entonada a ritmo de dulzaina y tamboril y, como en una rogativa, reclamando la lluvia al insistir: “Fuentecita, mana y mana / y cogeré. / Que está esperando mi amor / y tardaré”.
            Similar en su síntesis de puño apretado a la plasmada en este Haikou, ya culto, de Mario Benedetti, en acertado ariete contra nuestro absurdo engreimiento o nuestra soberbia desmedida: “La mariposa / recordará por siempre / que fue gusano”.
            De aquí que, frente a la autocomplacencia, yo apueste por el temblor de la duda como mejor camino del conocimiento. En la convicción de que la grandeza se encuentra en medio de la tempestad, cual advirtiera Heidegger que sabía de nuestro precario equilibrio (pues somos caducos cual hoja del nogal) al apreciar la angustia de la muerte como un ingrediente básico de nuestras vidas. El mismo Heidegger que identificó la lengua como la casa de la verdad del ser, pues solo concebía el mundo humano en clave de lenguaje.
            Cuando un  niño se cae y se hiere en su piel, su madre le recita este remedio: “Cúrate, / cúrate sana, / anca de rana. / Si no te curas hoy, / te curarás mañana”.   Desconozco, les dije, si la poesía resulta sanadora contra los dolores de cabeza o los remordimientos de conciencia. Pues los peores males son: soledad y pensamiento. “Escribo muchas veces –dijo cierta poeta– para sanar las heridas o para reconciliarme con el mundo”. En todo caso, entiendo que es también cuestión de fe. Por lo que frente a los muchos que acostumbran a croar como ranas a través de las redes sociales: yo, señoras y señores, debo confesarles que sí que creo (de crear y de creer) firmemente en el efecto benéfico de la poesía.
            Puesto que, como advertía mi paisana la poeta Concha de Marco: comprendo que el más alto escalón en lo que respecta al pensamiento humano es el de la poesía. Eso de que en pocas palabras consiga reflejar un estado de ánimo profundo y con él el personaje que lo soporta y siente es una cosa única.
            A fin de cuentas, una poesía que fortalezca a los demás y nos haga sentir el placer de lo que dura, de lo que en el recuerdo no se rompe y perdura.
            Vuele, por ello,  la poesía, cual mariposa, que despliega sus alas multicolores al sol y al viento. Sirviéndose, en su caso, de palabras que nos hablan, nos interpelan y nos emocionan. Que nos trasladan al fondo del espejo.
            Y es que música y poesía, poesía y música son algo que necesita Maricruz Galatas manipular constantemente en su trama y urdimbre. Cual hilandera hacendosa para redondear su partitura o entretejer  sus poemas.  Tanto como el soñar.            
            Tratando de calmar esa insaciable sed del ser de su existencia.
José María Martínez Laseca
(1 de marzo de 2017)