sábado, 5 de mayo de 2018

Homilía a los saturienses

Queridísimos feligreses:
Me corresponde, en mi condición de hermano mayor de la Hermandad del Santero de San Saturio, predicaros, un año más, la homilía tocante a esta sexta edición de La Saturiada. No me perderé en meandros cual hace el río Duero en torno a Soria, e iré directo al grano, ya que como nos advierte Baltasar de Gracián: discurso que a los cinco minutos no mueve corazones, mueve culos. 
Hecho este introito, debo deciros que hoy se celebra la Fiesta de Castilla y León, con cita en la campa de Villalar de los Comuneros, si bien todavía parece que atravesáramos cierta adolescencia buscando nuestro denominador común identitario, un proyecto compartido, por el que unos deberíamos reconocemos en los otros y hasta ponemos en el lugar de los otros, aunando esfuerzos y teniendo conciencia de comunidad y no manteniéndonos en reinos de taifas medievales. 
También es el Día del Libro, y en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares se le ha entregado el Premio Cervantes a Sergio Ramírez, escritor nicaragüense que no entiende su labor de escritor sin el compromiso con la realidad y con la libertad. 
Ambos aspectos de la identidad y del libro convergen en nuestra ruta literaria de La Saturiada, en la que recreamos ese libro de esencias que es El Santero de San Saturio, reviviendo así el sueño de Juan Antonio Gaya Nuño.
Por todo ello quiero centrar mi reflexión en el libro, en la literatura, en la palabra que construye sentimientos, traslada pensamientos, remueve nuestra conciencia y nos nutre de capacidad crítica para discernir las voces de los ecos. Resaltar la importancia de la lectura. Leer para saber, reza el eslogan de nuestro marcapáginas. Pues los creadores escritores nos transmiten su conocimiento, su visión del mundo. Porque la lectura tiene efectos medicinales, al curarnos de la ignorancia. Y tonto el que no lea.
Mi amigo Ángel Jiménez me ha remitido esta mañana este whatsapp: -Les dicen gordos y enseguida se ponen a hacer dieta, pero los llaman tontos, y ninguno se pone a leer un libro. 
No deberíamos usar la cultura y la literatura tanto como espectáculo, sino que tenemos que cultivarlas con un poco de cabeza y de rigor, ya que todo aquello que no se ejercita con regularidad, se atrofia. 
"El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho" dice Cervantes por boca de Don Quijote y gusta de repetirlo mucho nuestro hermano César Millán. Porque por medio de la lectura todavía es posible volver a aquella edad de oro de nuestra primera infancia en la que placer y aprendizaje, juego y verdad, imaginación y descubrimiento, eran sinónimos como señala Antonio Muñoz Molina en “La disciplina de la imaginación”. 
Antes que escritor uno es lector, dicen los autores consagrados. Leyendo se vive más, pues nos reencarnamos en las vidas de otros personajes. En tal sentido escuché decir a Manuel Jabois: 
Me gustaría llegar a ser Ana, la hermana menor de Luis Cernuda, porque con ella acaba su “Memorial de un libro” con esta escena: después de un bautizo en la casa familiar su padre tiró lo que llaman el pelón, varios puñados de monedas desde un balcón. Y todos los primos se lanzaron al suelo para recogerlas. Y Cernuda entonces escribe: Mi hermana se quedaba en un rincón mirando el espectáculo sin participar en él. Al preguntarle alguno porque no entraba ella también en la refriega respondió: -estoy esperando a que acaben. 
En su respuesta veo no tanto la tontería inocente como la muestra de cierta cualidad insobornable, rasgo característico del temperamento familiar que también existe en mí. Así frente a la turbamulta que se precipita a recoger los dones del mundo, las ventajas, la fortuna, la posición, me quedé siempre a un lado, no para esperar como decía mi hermana a que acabaran. Porque sé que nunca acaban, sino por respeto a la dignidad del hombre y por necesidad de mantenerla. 
Queridos hermanos todos, yo suelo recordar en estas lides que cuando Federico García Lorca habló en la inauguración de la biblioteca de su pueblo de Fuentevaqueros pidió para todos los asistentes medio pan y un libro. 
A mi me gustaría que a todos vosotros cuando fuerais a un bar junto con vuestra consumición y vuestro tapa micológica o vuestra croqueta –lo de crocreta sigue sin admitirlo la Academia– os entregaran un fragmento literario de este cariz: 
-El fulgor del relámpago de Eloy Sánchez Rosillo
Hay cosas que la vida te da cuando ya apenas / podías esperarlas de su luz / maravillosa, elemental, purísima, / te hace feliz de pronto. Y desgraciado, / pues comprendes que no te corresponde / ese milagro ahora y que no debes / a ciegas entregarte a lo que era / propio tal vez de otro momento tuyo, / de un momento anterior, cuando tenías / fuerzas para ser libre. / Mas déjate llevar, y vive esa hermosura / con coraje, sin miedo. A qué pensar / en lo que te conviene. Es muy fugaz la dicha. / No la desprecies. Tómala. Y apura / el fulgor del relámpago. / Después, / tiempo tendrás para seguir muriéndote. 
Acabo ya, nuestro amigo Silvano Andrés de la Morena, desde Barcelona, en el día del libro, deseoso de compartir La Saturiada con nosotros, me remite este mensaje: 
Lo dijo Franz Kafka (y lo hago mío):
“ No se deberían leer más que los libros que nos pican y nos muerden. Si el libro que leemos no nos despierta con un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?”
Dicho queda. 
Desde nuestro voto de humildad, debemos, no obstante, sentirnos orgullosos de la exitosa celebración de nuestra Saturiada 2018. Ello lo ha hecho posible la acción colaborativa de muchas almas, por lo que os damos las gracias a todos, y en el cielo os lo pagarán. Destaco en esta ocasión la contribución tan especial de las mujeres “de letras tomar”. 
Y anoto que, por causas ajenas a su voluntad, no han podido acompañarnos ni José Andrés Diago, ni Pepe Boces. Para ambos nuestro cariñoso recuerdo y un fuerte abrazo.
Salud queridos feligreses. Ya podéis iros en paz. 
José María Martínez Laseca
(23 de abril de 2018)