jueves, 28 de febrero de 2019

Visitar la tumba sagrada del poeta Antonio Machado en Collioure

El pasado 22-F se cumplió el 80 aniversario de la muerte del gran poeta español de proyección universal Antonio Machado Ruiz. A sus 63 años de edad. La tragedia aconteció en el pueblecito de pescadores de Collioure, en pleno Rosellón de Francia, a orillas del Mediterráneo. Era miércoles de ceniza. Su agonía corrió pareja al derrumbamiento de la II República española, a la que siempre le fue fiel. El también andaluz y poeta Rafael Alberti nos lo recordó, en 1969, desde su destierro en Roma, con estas hermosas palabras: “Una radio de Francia da escuetamente la noticia. Lloré. Lloramos. Seguramente, las tierras áridas de Soria, el alto Espino, los montes de violeta, las alamedas del río se estremecieron al presentir que aquella era la muerte del mejor álamo español caído lejos del Duero”.
      Aquí, en Soria, “El Avisador Numantino”, de 25 de febrero de1939, recogía la información de manera telegráfica: “Las emisoras de radio nacional dieron ayer la noticia de que había fallecido en el extranjero el poeta y literato Antonio Machado”. Con idéntica fecha, el “Diario de Zamora de FE de las JONS” anotaba: “París.- Ha fallecido en esta capital el poeta Antonio Machado, el cual había regresado de Barcelona dos días antes de ser esta capital ocupada por las tropas nacionales”. Como se ve, tampoco faltaron por entonces los rumores y los bulos.
      Había nacido Antonio Machado en el célebre Palacio de las Dueñas de Sevilla, el 26 de julio de 1875. En el seno de una familia ilustrada, de tradición republicana, que, tras sucesivas desgracias, cayó en la bancarrota. Desde sus 8 años, en que todos se trasladaron a Madrid, Antonio se fue forjando como librepensador en los valores de la Institución Libre de Enseñanza. Su vida transcurre en el tiempo de una España convulsa, que arranca en 1875 con la Restauración monárquica y se prolongará (tras la I Guerra Mundial del 14 y de la Revolución Rusa de 1917) hasta la II República Española, que llegó con la primavera de 1931 y que sucumbió en 1939 al finalizar la Guerra Civil con el triunfo de los facciosos. 
      Por eso, el poeta conseguidor de la alquimia verbal de las más íntimas “Soledades”, el que personificó el paisaje yermo de los “Campos de Castilla”, el de la exquisitez reflexiva vertida de modo fragmentario en “Juan de Mairena. Sentencias, donaires , apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo”, hubo de partir engrosando la tan penosa como multitudinaria retirada republicana y cruzar al otro lado de la frontera, bajo la lluvia y la negra noche, para encontrarse al poco con la muerte en el humilde hotelito Bougnol-Quintana de Collioure. Justo un mes después de abandonar Barcelona. Tan “ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”. 
      Muy bien nos lo contó su hermano José que le acompañaba (con su anciana madre Ana Ruiz y su esposa Matea) en su libro “Últimas soledades del poeta Antonio Machado”. Lo que, después, otros investigadores nos han ido narrado con la minuciosidad de una crónica negra. La derrota de nuestra democracia. Incidiendo en el verso alejandrino encontrado en un bolsillo de su gabán: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Cual mito del eterno retorno. Yo entre ellos. Así como de su primera tumba prestada y de la que ocupa ahora, desde 1958, compartida con su madre. 
      Pese a todo, la muerte en el exilio de un poeta tan grande resuena hoy todavía como el mar en la oquedad de una caracola. Con un enorme valor sentimental, ejemplar y simbólico. Él nos enseñó el compromiso cívico y el sacrificio para lograr un mundo mejor para todos. Él reflexionó sobre los males de nuestra patria y apostó por la educación y la cultura, por la tolerancia y por el diálogo para mejor resolverlos. Y predicó con coherencia entre su ética y su estética. Entre lo que decía y lo que hacía. De ahí que se le tenga por un santo laico. Y que su tumba, pagada por aportación popular, en la misma entrada del cementerio de Collioure, se haya convertido en centro de peregrinación para tanta gente llegada desde todos los sitios. Alguien sentenció que ningún español de bien debería morir sin visitarla al menos una vez en su vida. 
      Esta era mi asignatura pendiente. Una vez desde el Ayuntamiento de Soria, acaso en 2005, me ofrecieron llevarme con ellos, como pago por ejercer de mantenedor literario en un encuentro entre los Ayuntamientos hermanados de Soria y Collioure. Pero, una inesperada nevada dejó al alcalde francés, Michel Moly, en Zaragoza, impidiéndole el paso. Y a mí compuesto y sin viaje. 
      He tenido, pues, que esperar a que se cumpliera esta fecha redonda del 80 aniversario para sumarme a la expedición promovida por el Ayuntamiento de Soria y así cumplir, por fin, mi deseo. Fueron los días 23 y 24 de febrero. Antes de que amaneciera el sábado montamos en un microbús. El Acalde y el Concejal de Cultura viajaron en sus coches particulares. Hicimos un largo camino por carretera hasta llegar a tierras francesas. Mi primera alegría fue reencontrarme con Monique Alonso. Charlamos largo en el bus. Primero visitamos el Castillo de Bardou. Fue convertido en maternidad para los niños víctimas de la guerra civil española entre los años 1939 y 1944 por la institutriz y enfermera Elisaeth Eidenbenz. Con el sol declinando llegamos a Collioure, con su caserío encajado entre suaves montañas. Nos alojamos en pleno centro y curiosos nos apresuramos a ver el mar en su bahía. Después exploramos sus calles y sus monumentos iluminados. 
      Al día siguiente, domingo 24, madrugué para ir al cementerio antes de que comenzara el revuelo. Pero estaba cerrado. Di unas cuantas vueltas. Saqué fotos. Tras el desayuno volví a intentarlo. Fue inútil. La anunciada visita del Presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, había intensificado las medidas de seguridad. Además, un pequeño grupo de independentistas catalanes bloqueaba la calle del acceso principal. A las 10 h. acudimos al Centro Cultural. Vimos el impactante documental de Georges Figuéres: “La retirada de 1939”. Y escuchamos atentos a los tres conferenciantes. A Antonina Rodrigo, con “Doce mujeres francesas y españolas que han conservado viva la memoria de Antonio Machado”. A Jacques Issorel, con “Doce hombres “buenos”, “y, soy en el buen sentido de la palabra, bueno”. Y a Verónica Sierra Blas, con “Un diálogo que nunca cesa: los archivos de los lectores de Antonio Machado en Collioure”. Por colofón un hombre recitó el poema “A José María Palacio”. Pedí que me dejaran decir uno mío, pero el apretado programa lo impedía. Hablé con Antonina.
      Salimos al exterior. Imposible llegar al cementerio por el bloqueo de los abanderados independentistas. Hacía un buen día y había mercadillo y mucha gente por la calle y en los bares. Dificultades para comer. Por fin entramos al cementerio, y nos acercamos a la tumba del poeta. Alumnos de un instituto de Tarragona declamaban sus versos. Cuando acabaron yo me decidí. Tras presentarme, y temblando de emoción, recité un poema propio de homenaje a nuestro mejor cantor, que aplaudieron los presentes. Antonina Rodrigo y sus amigas me pidieron hacerse una foto conmigo, con el profesor de Soria. Al cabo de un rato con Monique Alonso como guía, repetimos los pasos de Machado, por el camino que recorrió desde la estación del tren que lo trajo y desde el hotel que lo alojó hasta el cementerio que lo cobija. 
      Con retraso sobre lo previsto la expedición soriana, con Jesús Bárez al frente, pudo honrar al poeta depositando un ramo de flores sobre la lápida cubierta de ofrendas y presidida por la bandera republicana. En las cintas de la corona, que conformaban con rosas rojas y amarillas la bandera de España, se leía: El Gobierno de España rinde tributo a Antonio Machado”. De nuevo, a petición de un allegado, cuya madre era de Castilruiz, volví a leer mi poema “En memoria de Antonio Machado” que dice así: 
      “Otra vez, de mañana, en cualquier radio / -es mucho el tiempo que tú estás ausente- / alguien recordará tu aniversario. / Y me hablará de ti, de tu calvario, / con el agua lloviéndote los pasos. // En negro y blanco cinematográfico, / se suceden borrosas las imágenes, / que me anticipan un final dramático. // Vencido, caminante hacia el exilio / -en columnas pedestres, como hormigas, / -que emiten siempre guerras fratricidas-, / junto a tus compañeros derrotados, / compartes los dolores y las hambres, / y huyes en retirada al otro lado. // Sobre tu gabán negro, de notario, / el polvo de la tiza y del tabaco. / Tu España es cáliz de su propia sangre.
      La carne herida pesa hacia la tierra, / en pos de sus raíces vegetales. // Ahora floree tu infantil Sevilla, / el amor junto al Duero desbordado. / ¿No ves, Leonor, los álamos dorados? / Diosa Guiomar se asoma a un finisterre / “y cuanto exilio en la presencia cabe”. // Cómo olvidar, si todo va pasando / desde el vagón de un tren precipitado, / mientras apuras tu último cigarro / y ya es Collioure, estación y hospedaje, / tu cita irreemplazable con la muerte: / miércoles de ceniza, treinta y nueve. // Descansa en paz, ya has concluido el viaje. / “Solo la tierra en que se muere es nuestra”, / playa de Francia a la que perteneces. / Nuestra es el agua larga de tus versos”. Por suerte, esta vez el compañero de expedición Fernando Martínez Marquina lo grabó con su móvil. 
      Tras partir de Collioure, quisimos acercarnos al campo de concentración de Argeles-sur-mer. Y pisamos la arena dorada y menuda de su playa. Por la que pasaron hambre, miedo y frío 450.000 españoles del éxodo y del llanto. Contándose con hasta 100.000 hacinados a la vez como ganado, cercados de alambradas. 
      El retorno hasta Soria se hizo largo. Llegamos a casa a las 3 de la madrugada. Pero el esfuerzo mereció la pena. Por la mucha emoción emanada de los instantes vividos con el sol de invierno. Por nuestro poeta adoptivo, que no nació aquí en Soria a la vida, pero sí al amor, tan intenso como breve, de Leonor Izquierdo Cuevas. 
      “Profeta ni mártir / quiso Antonio ser / y un poco de todo / lo fue sin querer” le cantó Joan Manuel Serrat. Hubo un poco de tristeza, porque allá en Collioure, su última estación, quedó enterrada una parte de nuestros corazones bajo una gruesa losa gris. Y conviene no remover su tumba. Para que no volvamos nunca a empuñar el sangriento cuchillo cainita entre españoles. 
      Nadie muere del todo mientras haya una sola persona que lo recuerde. Un poeta como Antonio Machado seguirá siempre vivo en tanto se lean sus versos. Fue un español decente. Que “misterioso y silencioso iba una y otra vez”. El docente que nos impartió su lección magistral para enseñarnos a ser buenas personas. Y a tolerar al contrario, que suele ser nuestro complementario.