sábado, 2 de julio de 2016

Las fiestas de las Calderas en la Soria de mitad del siglo XIX ( y 2)

En esta segunda entrega sobre “Las Fiestas de las Calderas” (Soria, 1859) del escritor soriano Jose Benito Ortega se nos describen las jornadas festivas del Domingo y del Lunes. En el caso del Domingo de Calderas se desarrolla por extenso la celebración de Las Calderas de madrugada en los jardines de la Dehesa, así como la prueba de las mismas por las Autoridades. Tras ello, almuerzos y bailes. Culminan los días festivos de San Juan con la celebración, el lunes por la tarde, de las Bailas y meriendas en la pradera de San Polo.
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Domingo al amanecer / está el Espolón poblado / de bellas, que han madrugado / todas con el mismo fin. / El de ser vistas y ver / las calderas y los bollos, / y los gallos y los pollos… / que ha de haber en el festín. / Es de ver el oscilar / de miriñaques pomposos / bajo vestidos sedosos / de cachemir o Pekín, / De moaré o de gró, y pasar / sus portadoras amenas / envidia a las azucenas / y celos dando al jazmín. / El aroma de las flores, / el perfume de las rosas, / la gracia de las hermosas / con rostros de serafín. / Los agradables rumores / de las brisas deliciosas / jugueteando en las frondosas / enramadas del jardín. / El conjunto encantador / de la Soriana que al paso / nos muestran su faz de raso / y sus labios de carmín. / El lujo y el esplendor / de tanta y tanta hermosura… / la gloria en abreviatura, / o el cielo en la tierra en fin. / Hasta que a la reunión / las calderas van llegando / y por su turno formando / de la dehesa en el confín. / Allí, con la comisión / nombrada por la ciudad, / las cata la Autoridad / y se reparte el botín. / Y cada cual se prepara / a comerse su ración / no lejos del Espolón, / con trinchante o con cuchara. / Recostándose a la sombra / de los olmos o castaños /sin más asientos ni escaños / que la fresca verde alfombra. / Y allí cada cual almuerza / con sus varios conocidos / echando tragos cumplidos / cada vez con doble fuerza. / Y al son de la gaita rara / o de la dulzaina tosca / entre el ruido y la algazara. / Sin pensar más que en mascar, / en solazarse, en reír, / en comer, en engullir, / en beber mucho y tragar. / Saltando de corro en corro / dando y recibiendo vino, / jamón, gallina, tocino / y algún suculento morro. / No hay odio allí ni rencor, / se olvida la enemistad / no hay más que fraternidad / entre plebeyo y señor. / No hay rango ni distinciones, / allí… todos son iguales / desde el que cobra jornales / hasta el que gasta millones. / Cada cual procura dar / y recibir municiones / de boca… y sin aprensiones / y sin descanso… libar.
            Y después de bien repleto / y después de bien bebido / de las gaitas al sonido / bailar un fandango neto. / Una jota aragonesa, / una galop… infernal / una polka sin igual, / que por lo íntima… interesa. / Un rigodón, un mambrú… / una extraña mezcolanza / de vals y de contradanza / de jaleo y padedú. / Un variado potpurrí / de boleras malagueñas, / manchegas o madrileñas / y de muñeiras de Tuy. / Una danza, en conclusión, / vertiginosa y ardiente, / el marrasquino y el rom. / Y si cuando ya te inflamas / con el sol y los licores, / mil rayos abrasadores / te lanzan las bellas damas. / Con sus ojos; que al mirar / nos sulfuran y electrizan… / y el corazón carbonizan / sin poderlo remediar. / Con sus ojos hechiceros / árabes… pero españoles / que queman, más que cien soles. / Tendrás pues que sucumbir / sufriendo sin remisión / espontánea combustión!!! / y… abrasado en fin, morir. / Pero morir de placer / sin dolor y sin disgusto: / una muerte en fin, a gusto / y a manos de la mujer… / ¡Oh! ¡Quien quitarse pudiera / catorce o quince veranos / y morir de gozo a manos / de una Soriana hechicera… / Sin dolor, sin aflicción, / sin… canas, sin desengaños, / y sobre todo sin… años / que marchitan la ilusión! / ¡Cuántas veces mi pasado / olvido… y me creo hoy / como ayer, más solo soy / cadáver galvanizado! / ¡Solo dura mi entusiasmo / ocho segundos o diez, / para volver otra vez / a caer en el marasmo! / Pero ¿para qué vendrán / aquí tontas digresiones? / volvamos a las funciones / de las fiestas de San Juan.     Cuando ya el calor avanza / vamos a la procesión, / que de las gaitas al son / ya también en son de danza. / Y después de pasar lista / el Ilustre Ayuntamiento / a los Santos, cual sargento / antes de ir a la revista. / En el templo del Decano / príncipe de los apóstoles / con sus órganos de móstoles / o sus gaitas a la mano. / Salen los Santos bailando / mil equis haciendo y eses / y al compás de mil traspieses / sus coronas balanceando. / Como queriendo decir / que  quieren participar / de aquel afán de saltar / y de aquel ir y venir. / Lo que prueba que ya todos / los que los conducen, van / a medios pelos o están / alegres de varios modos. / Y como tras la alegría / viene la risa también / todas las caras se ven / risueñas en demasía. / Y sin que cese la risa / en medio del Espolón / se concluye la función / en la Soledad con misa. / Y vuelven en dispersión / todos los Santos corriendo, / del tamboril al estruendo / y de las gaitas al son. / Y todo esto sin haber / disensiones ni quisquillas, / ni disputas ni rencillas / que puedan comprometer. / Esto solo pasa en Soria / heredera de Numancia, / que a su valor y arrogancia / agrega esta nueva gloria. / En Santa Bárbara luego, / por la tarde se prepara / otra vez la danza rara; / aquella danza de fuego!!! / Y despachan las cuadrillas / otra vez sendas meriendas, / y otra vez se hacen ofrendas / al Dios Baco de rodillas. / Empinando bien el codo, / y mirando a las estrellas / y apuran de las botellas / hasta vaciarlas del todo. / Y se destripa la bota / y se estrujan los pellejos / de mostos buenos y añejos, / hasta que no queda gota. / Y la Soriana que hechiza / anda o baila en las praderas / hasta que de las Calderas / el Domingo finaliza. / Pero no se acaba el fuego / y el entusiasmo que inspiran / aquellos ojos que miran / y nos hacen ascuas fuego.
            /Y en San Polo se repite / al otro día la danza / y se repleta la panza / y… el seso allí se derrite… / Al influjo y al ardor / de miradas voluptuosas / que nos lanzan las hermosas / de la luna al resplandor. / Y después… nos retiramos / de entusiasmo poseídos / y al quedarnos ya dormidos, / con las… Calderas soñamos. /¡Fiesta de mágico encanto / que muestras al mundo entero / que aquí en Soria, junto al Duero / hay placeres sin quebranto! / ¡Mi deseo el más ardiente / es que durases siquiera / hasta que el mundo se hundiera / perpetua y constantemente! / Así los sueños dorados / de unión y fraternidad / de libertad e igualdad, / se verían realizados. / Y al ejemplo, excepcional, / la España tradicional, / se mostraría dispuesta. / A solemnizar de veras / en cualquier villa o ciudad / y en bien de la humanidad / LA FIESTA DE LAS CALDERAS.
José María Martínez Laseca
(3 de julio de 2016)                   

Las fiestas de las Calderas en la Soria de mitad del siglo XIX (1)

Muy poco sabemos del escritor soriano JOSÉ BENITO ORTEGA. En un conciso apunte, en “Noticiero de Soria” de 3 de agosto de 1892, pág. 2, se nos dice que manejó la espada y la pluma en sus mocedades, y que cultivó la poesía. Que, tras largos años de azarosa y precaria existencia murió en Madrid, tras haberse autobiografiado en un librito que dio a luz en verso con el título “Mi vida y mi traje”.
            El texto de Jose Benito Ortega sobre “Las Fiestas de las Calderas” (Soria, 1859), que copiamos aquí, suma un total de 111 redondillas o estrofas de arte menor de cuatro versos (abba). En su lectura podemos apreciar una interesante descripción de nuestras Fiestas de San Juan de hace 157 años. De ahí que se aprecien algunas diferencias con lo que acontece en nuestros días. En esta primera entrega se nos refiere lo que acontece en las jornadas del Jueves La Saca, Viernes de Toros y Sábado Agés. Como vemos, entonces se acometía el toro enmaromado por las calles.  
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Hay fiestas tan populares / en la española Nación, / de tan grande animación / y encantos tan singulares. / Que son en su especie, solas, / únicas, extraordinarias, / indefinibles y varias / y en fin, fiestas españolas. / Fiestas de Júbilo henchidas, / de gozo y placeres tales, / que no se verán iguales / en las tierras conocidas. / Originales y raras, / extrañas, indescriptibles, / en donde los imposibles / se realizan a las claras. / En donde por tradición / o por antigua costumbre, / con profana muchedumbre / se mezcla la religión. / Pero en cuyas fiestas bellas, / los sencillos castellanos / se divierten como hermanos / sin rencillas ni querellas. / Donde el noble y el villano / la plebe y la aristocracia / se hermanan con mucha gracia / y están juntos mano a mano.  
            Muchas ya de la memoria / del pueblo se van borrando, / otras se van perpetuando, / como las fiestas de Soria. / Estas fiestas placenteras, / que se esperan con afán, / son las Fiestas de San Juan / o fiestas de las Calderas. / Con esos títulos dos / se designan vulgarmente; / pero hablando propiamente, / son de la Madre de Dios. / A ella deben su completa, / su celebridad famosa / que torna en verdad hermosa / los ensueños del poeta. / Voy a ver si puedo yo / estas fiestas bosquejar / o a grandes rasgos trazar / aunque me temo que no. 
            Al lado de los bridones, / y de corceles briosos / y de carruajes vistosos, / y de jamelgos trotones. / El jueves en coche o jaca / cuando va el alba a puntar, / ir al monte a presenciar / de los novillos la saca; / Y el almuerzo suculento / con libaciones frecuentes… / entre las damas valientes / que rebosan de contento. / Y, al continuo daca y toma / de bebestibles que encienden… / las chispas… que se desprenden / de aquella báquica broma. / Y los múltiples avances / a las infinitas botas / y las mil botellas rotas / y muchos otros percances. / Y el venir tras de los toros / entre un aluvión de gentes / con muchas turcas… decentes / de Cariñena y de Moros. / Con varios lobos extraños… / pero lobos de dos pies, / que se transforman después / en cubas como otros años. / Y aquella emoción sin tasa / del placer, que aumenta y crece, / y todo lo que acontece, / y todo lo que allí pasa. / Ni pintar ni describir / creo que posible sea; / para formarse una idea / es preciso al monte ir: / Estar en Valhonsadero / al principiar la función, / y acabar la diversión / en San Polo junto al Duero.  
            Pero entremos en la plaza, / donde miles de bellezas, / entre miles de cabezas, / ostentan su linda raza. / Esa raza Caucasiana / o de la falda de Ida / mezclada y embellecida / con la árabe y romana; / Tipo de lo bello en Asia, / de lo más bello del mundo / desde el Eúfrates profundo / hasta Georgia y Circasia. / Desde donde nace el Don / hasta donde el Tajo muere / que puede ver quien quisiere / en la Ibérica nación. / Donde hay bellas de Sevilla / de Vizcaya, de Plasencia, / de Cataluña y Valencia, / de Aragón y de Castilla. / Pero ¿a qué fin una historia / de las bellas he de hacer? / todo el que las quiera ver / que venga en San Juan a Soria. / Y nosotros que ya estamos / de la plaza en los tendidos / o en los palcos embutidos / las funciones describamos.  
            Toros y novillos, son / jueves y viernes lidiados / por varios aficionados / de valor y corazón. / Que en el redondel los ves / presentar al toro el busto / por afición y por gusto / y sin ningún interés. / Afrentando a los toreros / ajustados en cuadrilla / que a la coronada villa / se nos llevan los dineros. / Por poner con poca gracia / las banderillas de fuego / y hacer con la capa luego / varias suertes con desgracia. / Por vestirse de trapajos / del Rastro o del Avapies / con los que salen después / encopetados y majos. / Haciendo fachenda y gala / del tauromáquico arte / y diciendo en cualquier parte / que están en primera escala. / Pero en cuanto al bicho vivo / del chiquero lo han soltado, / escapan como el venado, / a tomar pronto el olivo. / Porque como tienen asco / a los hijos de las vacas / de las vallas no los sacas / por no dar sin duda un chasco. / Pues no son más que unos chulos / que lucen cintas y moñas / como lucen las gazmoñas / y el toro sus cachirulos. / Toreando, en conclusión, / con torpeza y con canguelo / midiendo a veces el suelo / y sacando algún rasgón. / Concluida ya la lid / se encaminan los toreros, / con sus pellejos enteros / o rotos hacia Madrid. / Y otra vez en Maravillas / la tauromaquia ensayando / se van luego acostumbrando / a romperse las costillas.
            El sábado enmaromados / van los novillos corriendo / por las calles ofreciendo / algunos lances variados. / Tropezones y alaridos, / caídas y risotadas, / corridas aceleradas / cabe los toros transidos. / Qué furiosos se revuelven / cuando hierro se les clava, / y echando espumosa baba / pasan, vienen, van y vuelven. / Hasta que algún cachetero / ejerciendo bien su oficio / les hace el grande servicio / de dar el golpe certero. / Así acaba aquel sangriento / suplicio de toros bravos / destrozados por los clavos / y rejonazos sin cuento. / Después hechos varios trozos, / son en caladera guisados, / con otros mil agregados / por la cuadrilla y sus mozos. / Y luego calles cruzando / en la noche de ese día / la gente con alegría / va los Santos visitando. / Que se ostentan adornados / de flores, rosas y cintas / en sus cuadrillas distintas / en casa de los jurados. / Allí la gente bailar / ves con un ardor febril / y la gaita y tamboril / sin tregua alguna sonar. / Y a pesar de aquel bullicio, / y a pesar de las oleadas, / del barullo y las pisadas / de gente de poco juicio. / No se percibe una queja, / ninguna reyerta ves; / hay desorden… pero es / el que al orden se asemeja.
José María Martínez Laseca
(2 de julio de 2016)