miércoles, 11 de julio de 2018

La memoria de Numancia en boca de tres poetas

Al decir de Estrabón, entre los pueblos celtíberos, que habitaban el corazón de la península ibérica desde el s. VI a de C. los más poderosos eran los arévacos, entre cuyas ciudades destacaba Numancia. Para ellos la ciudad se configuraba como un auténtico centro organizador, administrativo y político del territorio en el que se asentaban los poblados y las aldeas.
      La importancia de Numancia radicaba en su valor estratégico. Estaba situada sobre un elevado y extenso cerro (La Muela), flanqueada por el río Duero y su afluente el Merdancho, junto al actual pueblo de Garray (Soria). Desde esta posición se dominaba una amplia llanura rodeada por las sierras del sistema ibérico entre cuyas cimas destacan los Picos de Urbión y el Moncayo. Además, se veía reforzada por el control que ejercía sobre el vado del Duero, que regulaba todo el tráfico de viajeros y mercancías que desde esta altimeseta se dirigían hacia el valle del Ebro. De aquí que a muchos pueblos les interesara poseer la llave de dicho paso. 
      Y este es el escenario de las guerras que enfrentaron a los celtíberos contra las todopoderosas legiones romanas a las que tuvieron en jaque durante 20 años contando con muchos menos efectivos. Asediada la ciudad, en el año 133 a de C., por Publio Cornelio Escipión, sus pobladores optaron por suicidarse antes que rendirse. 
      A partir de ese momento, la imagen heroica de la histórica gesta numantina, el símbolo de todo un pueblo que resiste en defensa de su libertad, iría propagándose a través de los textos escritos (en este sentido puede visitarse hasta el 11 de septiembre la exposición Los clásicos hablan de Numancia que organiza el Archivo Histórico Provincial de Soria) para pasar al imaginario popular y colectivo con la categoría de mito o historia fabulosa. (Véase: Numancia: símbolo e historia de Alfredo Jimeno y José Ignacio de la Torre, Ed. Akal, 2005). 
      Así, el mito de Numancia fue cobrando fuerza como seña de identidad frente al enemigo invasor, como ocurrió en el levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid, durante la Guerra de la Independencia contra los franceses. Y, tras la Constitución de las Cortes de Cádiz, con la primera Ley de Enseñanza de 1813, se iría difundiendo entre los chiquillos de todas las escuelas del país, por medio de los libros de texto, lo que ha continuado hasta nuestros mismos días. Pero, igualmente, en su larga trayectoria rebasó nuestras fronteras para convertirse en un mito universal. (Un acercamiento a la imagen popular y colectiva de Numancia se hace por Antonio Ruiz Vega en su obra: Los mitos de Numancia, 2017). 
      En la actualidad Numancia no es tan solo un yacimiento para bocado de arqueólogos que la auscultan y escarban adentro de su cuerpo, también es un bien patrimonial de interés cultural, que sigue atrayendo a numerosos visitantes que sienten la curiosidad de visitar las sugerentes ruinas de la ciudad quemada. Numancia es un territorio cargado de resonancias históricas y de admirables valores humanos. Hasta consagrarse como un paisaje de emociones, con alma, un paisaje de la memoria. 
       Como consecuencia de la celebración en 2017 del 2150 aniversario del asedio y toma de la ciudad celtíbera de Numancia y su declaración como acontecimiento de Excepcional Interés Público, todavía vigente en este año de 2018, se han venido celebrando toda una serie de actividades culturales de lo más variopinto y publicado numerosos textos. Para Juan Antonio Gaya Nuño en El santero de San Saturio: “La desdicha perpetua de Numancia ha sido sublimidad cierta de poetas”. La relación de todos ellos sería interminable, pero quiero citar aquí a tres de estos poetas contemporáneos que la cantaron con exquisita sensibilidad en sus versos. 
1.-Juan-Eduardo Cirlot Laporta (1916-1973)
      Catalán, nació en Barcelona el 9 de abril de 1916 y falleció en la misma ciudad el 11 de mayo de 1973. Es un poeta “oscuro y enigmático y casi siempre brillante”, al decir de Luis Antonio de Villena. Está vinculado con el surrealismo, pero él se nos muestra “siempre inquieto, siempre buscador, siempre cultista y casi siempre onírico”. Destacó, asimismo, como ensayista sobre música y simbología, y como crítico de Arte, participando en el grupo “Dau al set”, siendo amigo de Tàpies y de Cuixart y de Juan Antonio Gaya Nuño. En 1945 ( nº 15 de la revista Espadaña de León), Cirlot publicó Tres poemas a Numancia, bien valorados por Enrique Andrés Ruiz (“Los poemas a Numancia de Juan-Eduardo Cirlot”). Recogemos aquí el 1º de ellos (“1. La tierra”), donde evoca a Numancia, lugar en el que, al parecer, nunca estuvo. Dice así: 
      “¡Oh, tierra! Tierra, campos, rosas, / rosales de tierra desgarrada: / de tierra de silencio y de amargura / abierta a los puñales y los besos. // Aquí quiero cantar, sobre tu pecho, / la inmensa soledad de tus llanuras, / el oro calcinado de tu trigo, / la noche de tu sombra y de tu pelo / salvajemente ardiente. // Quiero llorar por tus montes violetas, / por tus vientos helados, por tus surcos / sembrados con metales y con huesos; / porque pareces el fondo de un océano, / colmado de naufragios. // ¡Oh, tierra! Tierra mía, tierra antigua, / durísima y paterna”. 
2.-Concha de Marco (1916-1989)
     Soriana, nacida el 23 de mayo de 1916 en la Plaza de Herradores de Soria capital, murió en Madrid, el 19 de octubre de 1989. Licenciada en Ciencias Naturales. Poeta, narradora, traductora, y ensayista. Comenzó a publicar sus poemarios a partir de 1966. Es una poeta original, influida por la poesía extranjera tanto o más que por la española. Luis Jiménez Marcos ha calificado su poesía como “una palpitación dolorosa y metafísica” considerando su calidad intelectual y sentenciando que “Quizás desde Rosalía de Castro, ninguna mujer ha dicho la poesía entre nosotros con tan impresionante desnudez”. Fue compañera del escritor y crítico de Arte Juan Antonio Gaya Nuño. En su poemario Acta de identificación (1969) recupera sus antiguas raíces sorianas. De los varios poemas que dedica a Numancia extraemos el titulado “El Cerco”. Dice así: 
      “Treguas silenciosas en la helada del amanecer, / apagado el fuego de los campamentos. / El Jefe, robando a su enemigo el pensamiento, / recorre la muralla, espera. // Minutos del oráculo, hora de las estrellas, / sagrado miedo de las profecías. // Llega la primavera. / Por la tierra de nadie salen cinco jinetes, / pasan con pies de sueño ante la guardia. / Mendigarán ayuda en el pueblo cercano. / Los jinetes, dispuestos, más los viejos / no arriesgarán ni un palmo / de su mísera vida sometida. / Bocas delatoras, manos nudosas de perfidia / acuerdan la no intervención. // Dioses inexistentes presencian el castigo: / Ochocientas manos cortadas, pasto de perros. / Quién labrará los campos desde ahora. // En la siniestra aurora del desastre, / todos los signos auguran nuestro fin. / Tierras que cultivamos por vez última, / la última cosecha, el pasto del último rebaño. / Amanecido el sol es como una limosna, / el murmullo del agua triste presagio. / Noches aletargadas en silencio, / capta el oído voces de los campamentos. // Todos se han entregado. // Nosotros aquí, solos, en un mundo de buitres, / escuálido ganado y mariposas muertas”. 
3.-Julio Garcés (1919-1976)
      Soriano. Nacido en el centro de la capital de Soria, murió en Lima (Perú). Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona, ciudad en la que inició su vocación literaria. Poeta de escasa producción poética, si bien siempre refinada en su resultado. César González Ruano dijo de Garcés que “como surrealista, es uno de los más logrados poetas y, probablemente, el mejor heredero en fortuna y universalidad del surrealismo de Alberti”. Compartió amistad y la aventura del postismo con Juan-Eduardo Cirlot. Con su poemario Los poemas de San Polo, cargado de nostalgias otoñales, regresa a las vivencias del paraíso de su infancia evocado desde la lejanía en la que habitaba. De los 8 poemas a Numancia que incluye, recogemos el último de ellos, el “VIII”. Dice así: 
      “Todos sabemos que estás en una altura / De tierra pobre / Y que tres ríos de neblina bajan / Desde tus dioses a lavarte / Y que murallas y odio te abrazaban / Y que jefes y amor te conducían / Podemos ver tu rostro de cosecha quemada / Tus brazos de servidumbre / Tu respiración y tu vientre baldíos / Tu belleza caída como una hoja / Tu resignación y tu cansancio // Tu olor a cuero y trigo / Tu aroma venerable / Tu superficie consternada / Y esos azules pálidos / De tu circunferencia vegetal de un día / No nos sirven de nada / No nos sirven de nada / Conocer el origen de tu carácter / Los lejanos motivos de tu sacrificio / La contradicción de tus miembros / Es preciso tu amor / Lo que todos ignoran / El fuego de tus casas en un día de octubre / Tu indiferencia / Tus hijos como los nuestros // Numancia yo he pisado muchas veces / Tu tierna espalda de espigas / La rosada ceniza de tu campo”. 
José María Martínez Laseca
(9 de julio de 2018)