martes, 1 de octubre de 2019

Alberto Pancorbo, pintor visionario


Alberto Pancorbo (Soria, 18 de abril de 1956) fue aquel niño que traveseaba feliz, con sus hermanos mayores Jesús y Paco, junto a los otros chicos de la Calle Real de su ciudad natal. Pero que, así mismo, aprovechaba cualquier rato para garabatear sobre el anverso de un papel en blanco. Suponía para él agarrarse con fuerza al cordel de la cometa de colores que ascendía a los cielos impulsada por el viento imparable de su fantasía. Toda su curiosidad se sumaba a su necesidad de crear. Quería ser artista, de mayor. Entonces, su voluntad era, todavía, más fuerte que sus habilidades. A pesar de que en la Escuela de Artes y Oficios sacaba buenas notas en la clase de dibujo, que impartía el profesor Juan Chuliá.
Mas, para echar a andar hay que decir adiós un día a la familia y a los amigos de juegos compartidos. Saltar las bardas del corral de provincias. Y él no se acobardó. Motivado por el hambre de seguir aprendiendo, con 18 años, partió a Barcelona, donde perfeccionó su técnica pictórica. Con la lección bien aprendida, mostró su producción al gran público, de manera exitosa. Sus alas le crecieron y fue elevando el vuelo, persiguiendo su ideal de belleza. Con disciplina y estudio constante. Visitando museos para repasar a los grandes maestros clásicos (Velázquez, El Bosco, etc.), pues bien sabido es que en el arte lo que no es tradición es  plagio.
Para lograr ser él mismo. Sin negar influencias surrealistas como la de Salvador Dalí, apreciable en su dominio del dibujo y de las tonalidades suaves del color o la de René Magritte, al forzar al espectador a cambiar su percepción precondicionada de la realidad. Con una identidad personal. Con un estilo original, que ha sido tildado de realismo romántico y mágico. Componiendo con sus pinceles un universo propio de seres vivos y objetos que no por reconocibles dejan de ser enigmáticas en la conformación del cuadro. (Alguien dijo que no hay otra pintura más abstracta que la figurativa). Porque el arte posibilita la transfiguración del viejo mundo en un mundo nuevo, connotativo, diferente.  
Cual en la poesía, hay elementos recurrentes en las figuraciones de sus lienzos. Tal, la ermita de San Saturio, junto a la margen izquierda del río Duero, que nos evoca a la abadía francesa del monte Saint-Michel; junto a algunos destacados monumentos del arte románico, reivindicando así sus orígenes patrios. Dado que la memoria siempre guarda destellos de la luz que despiden las cosas alejadas o perdidas. O el autorretrato, claro símbolo de esa autorreflexión o introspección al mirar en su interior; los enredados laberintos de la imaginación y de la vida misma con sus intrincados vericuetos.  O mujeres misteriosas del amor y el desamor, palomas mensajeras de la paz, granadas como fruto de la pasión o los oxidados candados de la incomunicación.
Pancorbo viajó lejos. Allende los mares, a Bogotá (Colombia) y Miami (Estados Unidos), donde ahora reside. Navegaciones y regresos. Hay que tener valor para retornar después de transcurrido el tiempo. “¿Volver? Vuelva el que tenga, / tras largos años, tras un largo viaje, / cansancio del camino y la codicia / de su tierra, su casa, sus amigos, / del amor que al regreso fiel le espere”, cantaba nuestro peregrino poeta Luis Cernuda. Si ahora él lo ha hecho es, entre otras razones, para exponer parte de su obra a los ojos de sus paisanos: de nuevo en la Galería Cortabitarte. Estos días de septiembre.
Y es que crear, jugar, pintar es también soñar para Alberto Pancorbo: una manera de ejercer la libertad.
Porque la creación pictórica como juego le supone, sin duda, la alquimia para recuperar el paraíso perdido de su infancia.
La de aquel niño que un día, ya distante, fue. Aquí, en Soria, y por su determinante Calle Real que, con aquellas ilusiones primeras, marcó su destino de pintor visionario.
José María Martínez Laseca
(10 de septiembre de 2019)