miércoles, 27 de septiembre de 2017

1926. Excursión a las ruinas de Numancia y Soria (y 2)


En esta segunda y última entrega se concluye el relato de la actividad educativa desarrollada por un grupo de alumnos de la escuela de San Pedro Manrique, conducidos por su maestro D. Dionisio Rivera Tricio, y que consistió en hacer una excursión de carácter cultural, visitando tanto las ruinas de Numancia, en Garray, como el Museo Numantino de la ciudad de Soria. En el artículo publicado en el Núm. 19 de la “Revista Pedagógica”, el Suplemento de “El Magisterio Español”, en  Madrid, a 5 de junio de 1926, se incluyen hasta 4 fotografías. En la primera de ellas los 11 alumnos y su maestro posan en la escalinata de acceso al Museo Numantino, acompañados por su director Blas Taracena Aguirre y creemos que, también, por el Inspector-jefe de Primera Enseñanza Gervasio Manrique. En la segunda, vemos a dicho grupo de niños, con su maestro y el Inspector, retratados a la puerta de la hermosa fachada románica de la iglesia de Santo Domingo. En las otras dos ilustraciones se muestran un conjunto de armas y de recipientes cerámicos encontrados en Numancia.
Advertimos en su lectura como a este texto fechado en 1926 llegan los ecos de las sucesivas  excavaciones acometidas en el cerro de La Muela de Garray. Desde las primeras que realizara el inspector de tributos Juan Bautista de Erro y Azpiroz en 1803 por cuenta de la Sociedad Económica Numantina de Amigos del País, a las segundas que se efectuaron por iniciativa de la Academia de la Historia, con la ayuda económica del Gobierno español, desde los años 1861 al 1867, por la Comisión nombrada al efecto y que constituyeron Antonio Delgado, anticuario de la Academia, Salustiano de Olózaga y Aureliano Fernández Guerra y a la que se unió Eduardo Saavedra, verdadero descubridor de Numancia. Y hasta las del profesor alemán Adolf Schulten, que auxiliado por el arqueólogo Koönen practicó nuevas excavaciones en el solar numantino desde el año 1905, y que dejarían al descubierto una parte de la antigua ciudad celtíbera.
 Como también se anota, dicha presencia extranjera generaría una reacción de protesta en la prensa local. Recuerdo además, para contextualizarla, que el Museo Numantino, construido bajo el mecenazgo de Ramón Benito Aceña, había sido inaugurado por el Rey Alfonso XIII el 18 de septiembre de 1919. Y que el posterior Presidente de la Comisión José Ramón Mélida y Alinari había publicado su “Excursión a Numancia pasando por Soria”, a modo de guía, ya en 1922.
"Excavaciones. Los primeros trabajos de excavación fueron practicados por el Ayuntamiento de Soria, la Diputación y la Sociedad de Amigos del País en 1842.
En el 1853, el sabio arqueólogo don Eduardo de Saavedra hizo exploración en el cerro de La Muela, término de Garray, suspendiéndolas a los pocos días: pero en el 1861, el mismo sabio comprobó de una manera terminante el lugar ocupado por Numancia.
A principios del presente siglo se presentó en Soria el Sr. Schulten, alemán, subvencionado por las Sociedades científicas de su país, y se dice que por el mismo emperador, Guillermo II. Basado en los estudios hechos por el Sr. Saavedra, cuyos mapas poseía, comenzó a practicar excavaciones en el cerro Numantino. Molestos los sorianos de que fuesen los extranjeros los que hiciesen tales estudios, iniciaron en la prensa una campaña consiguiendo que la atención pública despertara y se fijase en este asunto, y que el Gobierno nombrase una Comisión que practicara las excavaciones y estudios consiguientes.
Al frente de esta Comisión se puso el Sr. Mélida, que, con los pocos medios disponibles y trabajando solo algunos meses alternativamente, consiguió, sin embargo, hacer grandes descubrimientos.
El estado compró todos los terrenos que ocupó Numancia, puso un guarda permanente, que vive en las mismas ruinas, y fue recogiendo los objetos sacados y guardados convenientemente para formar el actual Museo.
Hoy se halla al frente de los trabajos y de dicho Museo arqueológico don Blas Taracena.
Aspecto actual de la ruina. No hay en el solar numantino restos de obras colosales su edificación es sencilla, pero bien dirigida; sus calles son rectas y paralelas, orientadas de E. a O. las principales u las transversales de N. a S. La anchura oscila entre  6,50 y 3,50 meros.
Obsérvase en ellas el empedrado o aceras incipientes, alcantarillado o conducción de aguas por su centro. En algunas se ve una fila de piedras grandes de acera a acera, a modo de pasaderas, como si por ellas hubiese de pasar gran cantidad de agua.
Se han encontrado silos, donde se guardaba el trigo y en uno de ellos, muy profundo, se encontró este cereal quemado y en abundancia.
De lo que no hay que tener duda es de que Numancia fue una ciudad bien planeada y muy importante para aquella época.
La casa llamada del Pretor contiene en su recinto unas bellas columnas y unas escaleras de piedra sillar por bien conservadas.
Objetos encontrados. Son muchísimos y de variadas clases y materiales. Uno de los más corrientes y mejor conservados son los molinos de mano. Constan de dos piedras: la solera, en forma de cono y otra cóncava, con un agujero en lo alto, que ajustaba sobre la de abajo y que en la parte más extrema tiene otro orificio, donde debían meter un palo y con él darle vueltas a la piedra superior, moliendo de esta manera tan rudimentaria el trigo, que luego, probablemente sin limpiarlo de la cascarilla, debían amasarlo y cocerlo en la piedra del hogar familiar. Tienen unas dimensiones aproximadas a 0,40 metros de diámetro.
De estos molinos rudimentarios casi hay uno por casa. Otra de las cosas que abunda mucho es la cerámica, toda clase de vasijas, cántaros, platos, trompetas de barro, soperas y fruteros, tinajas y algunos objetos de adorno. Casi toda la cerámica es lisa y sin baño; pero hay también bellísimos ejemplares pintados y algunos con inscripciones grabadas, indescifrables hasta hoy, y que nos indican el conocimiento de la escritura por aquellos habitantes remotos. Las tejas son colosales, en relación a las hoy usadas, así como los adobes y ladrillos.
Hay también objetos religiosos: idolillos de formas raras, de barro cocido, y unas bolitas como de tres centímetros de diámetro, que provienen de las cenizas que resultaban al incinerar los cadáveres, y que, amasadas después y cocidas, se guardaban como recuerdo entre los deudos del finado.
Museo Numantino. Los primeros objetos recogidos en las excavaciones fueron guardados en Garray y trasladados más tarde al palacio de la Diputación de Soria. Al ir aumentando estos, se pensó construir un edificio adecuado para museo; el tiempo pasaba, se discutió el sitio, pues se pensó construirlo en Garray, pero por razones de seguridad y facilidad de visitarlo, se convino fuera en Soria.
D. Ramón Benito Aceña, de su peculio particular, construyó un bonito edificio ya ex profeso para Museo Numantino, que es el que hemos visitado.
Los niños sampedranos acompañados del Sr. Rivera, su maestro, han recorrido las ruinas de Numancia y han recorrido el Museo Numantino, recibiendo gratísimas impresiones, que han trasladado a sus cuadernos y que conservan con gran cariño. –Un excursionista”.
José María Martínez Laseca
(27 de septiembre de 2017)

1926. Excursión a las ruinas de Numancia y Soria (1)


Verificada por los niños de la Escuela Nacional número 2, de San Pedro Manrique (Soria), y dirigida por el prestigioso Maestro D. Dionisio Rivera.

La mayoría de nosotros conocemos, desde niños, que la ciudad celtíbera de Numancia es un claro símbolo de la lucha por la libertad, puesto que la gesta de la resistencia de sus gentes, frente a la todopoderosa Roma, y que la condujo a su exterminio, ha pasado a las páginas de la historia universal. Incluso se ha visto agigantada por la leyenda. También manipulada y arrimada interesadamente, cual sardina, al ascua de unas y otras ideologías. Este año, se cumple, precisamente,  el 2.150 aniversario de aquel señalado episodio. Una efemérides  que se está celebrando en Soria con actividades de lo más variopinto (conferencias, exposiciones, mercados, teatro, presentaciones de libros...). Entre ellas mi propuesta de prender el pebetero junto a la Diputación (Véase en “Diario de Soria” mi columna Sobre vivir: “El territorio del mito”, 2º párrafo, de 5-11-2015) que otros fueron capaces de llevar a efecto. En el mismo sentido de contagioso emprendimiento, doy en traer aquí una interesante experiencia educativa acometida por el maestro de San Pedro Manrique D. Dionisio Rivera Tricio. Se trata de la excursión que realizaron 11 de sus alumnos el día 24 de abril de 1926, para que así conocieran directamente, tanto las ruinas de Numancia como el Museo Numantino, depósito de los hallazgos de las excavaciones arqueológicas practicadas. Me estoy refiriendo con ello a “llevar Numancia a las escuelas y las escuelas a Numancia”, ya que si se la hacemos llegar a los alumnos también les llegará mejor a sus padres.
La experiencia, aquí rescatada y reproducida, está contada por “un excursionista” (que se nos antoja sea el propio maestro) y quedó recogida en el Num. 19 de la “Revista Pedagógica” (págs. 305-309), el Suplemento de “El Magisterio Español”, editado en Madrid, con fecha 5 de  Junio de 1926. Tampoco es de extrañar que su inserción se debiera a la influencia del pedagogo y periodista Ezequiel Solana Ramírez, nacido en Villarijo (Soria), copropietario y director de dicha publicación.
“Preliminares. Mucho tiempo hacia que se deseaba realizar esta excursión. Los niños no cesaban de preguntar: “¿Cuándo vamos a ir a Numancia?”
Tomaron parte en esta excursión 11 niños, todos los correspondientes al grupo o sección primera de la clase, niños de los más adelantados con el fin de que pudieran sacar el mayor rendimiento del viaje y que al mismo tiempo tuvieran la resistencia física necesaria para no rendirse ya que los días iban a ser de gran ajetreo.
Los excursionistas fueron: Ángel La Hoz, José Jiménez, Cayo Izquierdo, Justo Jiménez, Eloy Izquierdo, Rafael Munilla, Francisco Munilla, Teodosio Martínez, Procopio Calvo, Gregorio Palacios y Martín San Miguel.
Los gastos fueron costeados por sus familias, siendo despedidos y recibidos en el pueblo con gran entusiasmo.
El viaje. A las ocho de la mañana del 24 de abril, el auto, alquilado para el caso y que nos había de conducir a la capital, espera en las puertas de la villa. Los 48 kilómetros que nos separaban de Soria fueron recorridos en unas dos horas. En el camino nos detuvimos breves instantes al cruzar la cordillera Ibérica por el puerto de Oncala, a unos 1.500 metros sobre el nivel del mar.
Allí se les explicó las vertientes, y vieron la divisoria de las aguas del Duero y del Ebro, de cuya cuenca veníamos. Desde el puerto se divisan Soria, Numancia u una multitud de pueblos situados en la meseta del Duero; se les fue explicando sus nombres así como el de los ríos, valles y montes que de allí se divisan.
En Soria estábamos sobre las diez. El inspector jefe, Sr. Manrique, previamente avisado, nos esperaba. Buscose alojamiento, y dio comienzo la visita de la capital.
Soria, que ostenta en su escudo el lema “Soria pura, cabeza de Extremadura”, era, en la Edad Media, una población importante; hoy se ven esparcidos con profusión vestigios de su antigua grandeza, derruidos unos y otros en pie, y todos adornados por las leyendas, y sus herrumbrosas piedras ennegrecidas por la pátina de los siglos.
El señor gobernador civil de la provincia, D. Jacobo Monjardín, y el señor Presidente de la Diputación provincial, Sr. Azagra, también recibieron a los excursionistas, saludándolos y felicitándolos. Los niños salieron muy contentos de la visita a dichas autoridades.
Visita a Numancia. El objeto principal del viaje era visitar las ruinas de Numancia y su museo.
¡Numancia! ¡Nombre legendario que resuena en todos los ámbitos del solar hispano, y aun del mundo, como un símbolo de valor nunca superado! Palabra sacrosanta que se pronuncia con veneración y respeto por todos, que os recuerda la tragedia de una raza valiente hasta lo sublime de un pueblo que no queriendo ser esclavo del conquistador prefiere convertirse en cenizas y vivir la vida gloriosa de la historia.
 Mil poetas han cantado tus proezas. Descubrámonos al pronunciar tan sagrado nombre, como lo hicimos nosotros al pisar sus ruinas.
Emplazamiento. A ocho kilómetros de Soria, río Duero arriba, en el cerro denominado de La Muela, se hallan emplazadas las ruinas de la inmortal ciudad. El cerro tendrá unos 75 metros de elevación sobe el Duero, y unos 1.100 metros sobre el nivel del mar. En el llano se encuentra el coquetón pueblo de Garray, a cuyo término municipal pertenecen los terrenos que ocupó Numancia.
Arriba, el terreno es llano; desde esta planicie se vislumbra un soberbio paisaje. El Horizonte se ve cerrado al Norte y Este por la cordillera Ibérica, destacándose sus ingentes y nevados picos de Urbión, Cebollera y Moncayo. El caudaloso Duero lame el pie de la colina numantina, recibiendo allí mismo el caudal del Tera.
Por el llano a un kilómetro escaso, cruza la carretera de primer orden que va a Logroño, y la de Calahorra, cruzando ambas carreteras el Duero por un magnífico puente de piedra. La visita, pues, a estas ruinas venerables es muy fácil por sus buenas comunicaciones.
 Historia y descubrimiento. Sabido es de todos que Numancia en guerra con los romanos, los venció una multitud de veces, hasta hacerles firmar una paz ventajosa para ella; paz que el senado romano rechazó como ignominiosa para su orgullo, castigando a Mancino, firmante de la paz, a ser entregado atado y desnudo a los numantinos.
  Ante sus débiles muros, los bravos pelendones fueron derrotando, uno tras otro, a los generales del imperio: Pompeyo Rufo, Popilio Lenas,  Hostilio Mancino, Tiberio Graco, el cónsul Emilio Lépido, Furio Pilsón y Calpurnio Pilsón.
Viendo, por fin, los romanos que no podían dominar a esta ciudad ibérica decidieron enviar al destructor de Cartago, Publio Cornelio Escipión.
Corría el año 621 de Roma y 131 antes de Jesucristo, cuando el gran Escipión al frente de 60.000 soldados, puso sitio a la ciudad. No quiso entablar lucha frente a frente, y se limitó a rendir por hambre a los sitiados, y poder ser enviados como trofeos al Coliseo romano, deciden darse la muerte, quemar la ciudad y perecer todos entre sus escombros.
Pasaron los años y los siglos; el nombre de Numancia se perpetuaba; pero hubo dudas sobre el lugar donde estaba situada la ciudad gloriosa”. 
José María Martínez Laseca 
(27 de septiembre de 2017)

sábado, 2 de septiembre de 2017

A Fermín Cacho, vencedor en el estadio

Recordando los 25 años pasados desde la celebración de aquellas olimpiadas de Barceloona-92,  en las que el soriano Fermín Cacho logró para España la medalla de oro en la prueba de los 1.500 m.

Ocho de agosto, Barcelona, España.
Estadio de Montjuich: las olimliadas.
Fermín Cacho, el numantino atleta,
concentra en su tesón las esperanzas
de triunfar en esta mítica prueba,
siempre tan celebrada.

Un kilómetro y medio es la distancia
que conduce al Olimpo o la nada.
Nadie mejor que tú y Pascual Oliva
sabéis de sacrificios y silencios
para alcanzar esta final ansiada.

¿Quién dirá luego ser  corta la vida
a la intensidad que late una carrera?
Rugen las gradas de inquietante espera,
hasta que el juez ordena la salida.

Tras el disparo, irrumpirán al trote
una docena de atletas por la pista.
Oyes clamar ¡Fermín! a voz en grito
fijada en tí su emocionada vista.

El Keniata Chesire va delante,
Spivey, americano, a tu derecha.
Morcelli, el argelino, ya te acecha.
Nadie quiere tirar y la impaciencia
crece a la inversa de tu gran prudencia.

Ya van dadas dos vueltas y avanza la postrera,
con un tic-tac de piernas en progresión certera.
Que no aguanta más Fermín. Su sangre le revienta
y  trepa por la curva, desafiando a quienquiera.

Fermín, pundonoroso.
El hijo del Moncayo, el recto estadio,
corriendo presuroso
con voladora planta
detrás dejó los concurrentes todos.

Celebra, Fermín Cacho, la victoria
lograda en la olimpiada;
mientras que Soria entera se extasiaba
participando de tu gloria.

Detén tu paso, campeón, y escucha.
Muchos habrán grabado tu proeza
en crónicas de prosas elogiosas.

Aún yo te cantaré con más dulzura,
como lo hicieran los poetas griegos.
Para que el triunfador fuera, sin duda,
por los labios de todos renombrado.

                                   En Soria, a 8 de agosto de 1992
José María Martínez Laseca