domingo, 30 de abril de 2017

Un día cualquiera (o de la obsolescencia programada)

“El hombre es un ser hacia la muerte”
MARTÍN HEIDEGGER

Hay muchos artefactos fabricados a imagen y semejanza de la luminosa idea de aquel que los diseñó, por si alguien los pensara surgidos de la nada. El hombre se las ingenia y los conforma en su estructura y su carcasa cual delicados mecanismos, de acuerdo con su cometido o los servicios a prestar. Y, si es preciso, les insufla alguna inteligencia artificial. De ahí que a los productos más sofisticados tecnológicamente se les note una cierta ansiedad.

            Ellos no han cometido ningún pecado original y, sin embargo, como si fueran vulgares malhechores, se verán expulsados también del paraíso. Hechos para tirar. Porque el monstruo voraz del sistema capitalista impone su más salvaje ley del comprar-tirar-comprar para que siga en marcha la cadena de producción infinita, que es la que le da sentido y lo sustenta. De este modo, el círculo vicioso de la oferta y la demanda, en aras al progreso, exige el sacrificio de tales aparatos electrónicos, que llevan planificada de forma deliberada, desde su mismo diseño, su fecha de caducidad o finiquito de su vida útil. Con escasa reutilización o reciclaje.  

            Que todo se hace por incrementar la adición al consumo en un mundo pretendidamente feliz como el actual. Donde se da preferencia al tener sobre el ser. Al tanto tienes, tanto vales. A los consumidores frente a los ciudadanos. En lugar de indagar cuánto hay de verdadero en la expresión: no es más rico quien más tiene, sino quien memos necesita. Porque los hombres mueren y no son felices, como advirtió Albert Camus. Sin que tampoco parezca que importe lo más mínimo la enorme utilización de recursos cada vez más limitados. Ni las nocivas consecuencias que de ello se derivan para el medio ambiente y para la existencia misma de todo tipo de vida sobre el planeta tierra. ¿Hasta cuándo seguirá impasible todo esto? Alguna vez ¿surgirán -como pretendía Ángel González- otras formas limpias, puras, libres acaso para siempre del estigma fatal de la chatarra?

            Los animales mueren, pero no lo saben, y otro tanto les sucede a las plantas.  Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque ésa ya no siente, cantó Rubén Darío. Porque saber que va a morir es únicamente prerrogativa humana. Aunque desconozcamos si el camino será largo o corto.  

            Según se lee en los libros, somos nosotros los hombres un mero capricho de los dioses, puesto que nos hicieron a su imagen y semejanza, como seres efímeros. Cual cometas fugaces. Conscientes de que nos enfrentamos a la muerte. No ha de extrañar por eso que se nos niegue la luz  en un día cualquiera.

 José María Martínez Laseca
(26 de abril de 2017)