sábado, 30 de abril de 2016

Responso por Juan José Peracho Soria

Desde que comenzamos, el año 2013, él, ataviado con su capa castellana y su negra boina, siempre acudió puntual a “La Saturiada”. Nunca supe muy bien si era arévaco o pelendón. Celtíbero, en cualquier caso. De Rioseco de Soria y de mi quinta del 55. Grandote de armario, con otro tanto de alma en su interior. Y cierta ingenuidad de niño. Cual Moncayo, lucía nevada la cumbre. Y barba cana. Vivarachos sus ojos de gorrión, y la mirada atenta. Amplias sus manos, más de mecánico que de mecanógrafo. Los labios de su boca: un mechero dispuesto a prender presto el fuego a la yesca de la conversación.
            Era él quien nos traía las llaves de la ermita. Esas llaves antiguas, enormes, ya de museo etnográfico, de las que otrora abrieran la puerta a las bodegas subterráneas del vino. Las llaves que nos sirven, junto con el sayal y la capilla del santo Saturio, para darle al santero, en el inicio del ceremonial, posesión de su ermita.
            Fue Juan José Peracho para mí río Guadiana. Aparecía y desaparecía, con cierta intermitencia. Cuando coincidíamos, nos tomábamos un café con leche, fuera en el bar Félix o en la Casa Apolonia de la plaza de Herradores. Con sacarina, por supuesto. Porque éramos los dos “der Betis” como solía repetir con ironía.
            La antepenúltima ocasión en que nos vimos, charlamos de temas generales. Pero, sobre todo, de literatura. Pues Peracho sentía la escritura como necesidad, como fundamento de la realidad, mezclando fantasía y verdad. Yo le conté el reciente fallecimiento en Granada del escritor de Ólvega Manuel Villar Raso, al que ambos admirábamos. Él me sustituyó en la presentación de su última novela “Las señoras del Paraná”, aquí, precisamente, en este Casino Amistad-Numancia. Y ello le dio pie para decirme de su pasión por África, la que plasmó en su primer libro “Soria-Sáhara”, tras viajar al desierto. Y me dio la primicia de que “Las Españas perdidas” del olvegueño, que trata de los moriscos expulsados de España en el siglo XVI, le habían dado pié a una nueva empresa narrativa. También me habló, con orgullo, de sus hijos y, con preocupación, de su inestable situación laboral a sus 61 años.
            En la que sería la penúltima, nos habíamos citado un martes, previamente a su encuentro semanal con el club de lectura del Casino. Otro café en la barra del bar. Volvimos a repasar la actualidad soriana. Y buscamos, sin éxito, por los quioscos “El día de Soria”, el nuevo periódico en el que él había escrito la columna de la contraportada.
            Ya la última vez fue cuando, reclamados por la TV local, acudimos algunos de los hermanos a la cueva rupestre de San Saturio a simular La Saturiada. Yo regresé con él a la ciudad, montados en su Rocinante todoterreno.
            Que no hubo tiempo para más. Aquel fatídico lunes 4 de abril, cuando entré en la librería Las Heras, César Millán me soltó a bocajarro la mala nueva: ha muerto Peracho. Me costó digerir ese mal trago. En mi habitual paseo de la tarde pasé por La Barriada y en la calle Teruel vi su Land Rover-Rocinante aparcado. Veloces, pasaron por mi memoria las imágenes de la película compartida. Y llegué a la conclusión de que Peracho era un buen tipo. Por esa humanidad que transpiraba. Y recordé su insistencia en que el pintor Ignacio del Río Chicote hiciera el cartel de La Saturiada 2016 con el mismo formato del año anterior, porque él se había esmerado en montar un soporte de madera para exhibirlo durante el desfile callejero. Tanto todo para nada. Para marcharse después sin avisar y dejarnos a la Hermandad del Santero en la estacada.
            Debo decir aquí que Peracho se mostraba entonces bastante ilusionado con la reedición de su libro “Numancia. El día que no vinieron las golondrinas…”, de cuando se cambió el calendario que rige nuestras vidas. Incomprensiblemente reventó su corazón y los mecánicos galenos no pudieron reparar ese motor que impulsa el flujo vivificante de la sangre por el circuito cerrado de las venas. Y se nos derrumbó su corpulento edificio para siempre.
            Solo se canta, dicen, lo perdido. Solo la ruina es novelable. Aunque yo pienso que, al igual que sucede con el amor, en esa relación entre escritor y lector todo debiera estar consentido, tendente a fin tan bello como es el de extraer el elixir de la verdad destilando las mentiras.
            La gente normal acostumbra a morirse. En nuestra sociedad capitalista y de consumo son de uso corriente las dos sucias monedas de la traición y del olvido. De ahí que nosotros hoy vengamos a lo nuestro, ya que la vida sigue, para no traicionar ese espíritu lúdico y vitalista que te caracterizaba. También te recordaremos al releer tus libros, para que así nunca te nos mueras del todo.
            Con nosotros compartías que “una sociedad que ama la lectura y, por extensión, ama la cultura, es una sociedad fuerte, sobre la cual puedes construir. Es una sociedad mejor, más empática y más justa, más humana y sensible”.
            Porque tú, Juan José Peracho Soria, como escritor que eras, gustabas de la lectura. Pues, como dice Antonio Lucas, “un hombre que lee es un sujeto mejor acabado”. El gran Jorge Luis Borges imaginó que el paraíso sería alguna especie de biblioteca. Tal vez por aquello de la lectura infinita.
            De ser eso así, todos los miembros de la Hermandad del Santero estamos bien seguros de que tú habrás ido a parar a ese cielo.
            Que no te olvidamos. Te queremos, Peracho. Porque hoy, como siempre, habrá tiempo de primavera suficiente para que vuelva a florecer en nuestros corazones esa rosa tan hermosa de la buena amistad.
            (He terminado de escribir estas letras, en mi casa de Soria, la mañana de hoy, 23 de abril, día del libro, 400 años después de la muerte de Cervantes y Shakespeare, fiesta, también, de Castilla y León. Cuando se cumple ya la cuarta edición de nuestra Saturiada. La Saturiada-2016 o el día que no vino Peracho).
José María Martínez Laseca
(“La Saturiada”, 23 de abril de 2016)                

De lo incierto de un sueño, hacia la luz

La vida no observada, no examinada, no vale la pena vivirla, porque no es vida.                                                                                                                                                                             SÓCRATES
1.-El hallazgo imprevisto. Todavía no he llegado a saber si fue sueño o verdad. Yo iba caminando por una playa innominada, justo al borde del agua. Sabido es que experimentamos allí donde tenemos puesta nuestra atención. Somos lo que pensamos y lo que recordamos. Sin pensamiento y sin memoria dejamos de ser personas. Como el mar, nuestros recuerdos se acercan y se van en revuelto oleaje. Absorto en estas cavilaciones, uno de mis pies descalzos tropezó con un objeto semienterrado en la arena. Descubrí una botella, retenida en el tiempo, conteniendo un mensaje para quien, como yo, en algún momento y fruto de la casualidad, pudiera encontrarla. Este era su enigmático texto:  
“Él es verdaderamente un hombre de ninguna parte, / sentado en su tierra de ninguna parte, / haciendo todos sus planes de ninguna parte, para nadie. / No tiene un punto de vista, / no sabe a dónde va, / ¿no es un poco como tú y yo? /(…) / Está completamente ciego, / sólo ve lo que quiere ver…”.
Y pensé en un desesperado náufrago que, desde no se sabe dónde, lanzaba su S.O.S.
2.-En un valle de sombras. Tardé poco en saber que se trataba del fragmento de una canción de Los Beatles (décadas 60 y 70) titulada NOWHERE MAN (HOMBRE DE NINGUNA PARTE). La compuso John Lennon (Liverpool, Inglaterra, 1940-Nueva York, EEUU, 1980), a sus 25 años, en un momento en el que a la banda se le exigía nuevo material para el LP Rubber soul, que se iba a lanzar en la navidad de 1965. Constataba un gran giro en sentido filosófico. Hasta entonces, Los Beatles interpretaban sobre todo canciones de amor, centradas en las muchachas y los sentimientos que estas les suscitaban. Corría el periodo 1962-1965 llamado “Beatlemanía”. Al escuchar "Nowhere man", mis oídos me trasladaron la rara sensación de ser alguien, solo en el inmenso océano, yendo a la deriva. Tratados filosóficos fijaban al hombre contemporáneo en un desasosiego existencial. Como un ser desorientado, conformista, falto de identidad, desarraigado... Muy bien supo captarlo Lennon hace 50 años. Y cabría preguntarse si aquella reflexión de entonces sigue vigente en la actualidad. Si acaso el hombre de hoy ya no es un ser alienado, pues “sabe a dónde va”, “tiene un punto de vista” propio, ve más allá de “lo que quiere ver”, no ha vuelto a hacer sus “planes para nadie” y ha dejado de ser alguien de “ninguna parte”, puesto que también ha cambiado “un poco como tú y yo”.
3.-Un fulgor de esperanza. En el documental “La sal de la tierra” (2014), que gira en torno a la obra del fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado, se sostiene la tesis de que el mal comportamiento humano en muchas de sus facetas: conflictos internacionales, hambrunas, éxodos, masacres, sequías, etc., se antoja incorregible.  Asimismo, la representación teatral “El rinoceronte” (1959) de Eugène Ionesco trata del poder de las muchedumbres que ofrecen tranquilidad y seguridad, comodidad e integración, frente al pensamiento diferente. Partiendo de tales premisas te preguntas: ¿cómo puedes creer en la esperanza? A lo que tú mismo te contestas: ¡mira lo que te rodea, no puedes creer en otra cosa! (Porque necesitamos / alas de mariposas / para poder viajar / de nuestros angustiados corazones / a la felicidad y la alegría).
John Lennon, de otra parte, en su composición IMAGINE (1971) condensa lo mejor de su poética, con lo que se ha convertido en un himno universal de justicia política, donde el goce y los sentimientos individuales puedan tornarse colectivos. Es su sueño utópico por construir un mundo mejor. Y todos nosotros debiéramos acompañar tan hermoso deseo, cantando a coro esta excelsa canción, para, así, hacerlo realidad.
José María Martínez Laseca
(“El expectador expectado”, Palacio de la Audiencia de Soria, enero 2016)