domingo, 31 de diciembre de 2017

Tres villancicos navideños, tres, de nuestra rica tradición oral

El rotar de la tierra alrededor del sol  sigue marcando los ritmos de los seres vivos en sus trabajos y en sus ocios. Ello se hace palpable en lo que conocemos por calendario, que nos  sirve para organizar el paso del tiempo en diferentes segmentos: días, semanas, meses y años. Surgen de idéntico modo las conocidas cuatro estaciones de la primavera, verano, otoño e invierno, a las que acompasa el palpitar de la naturaleza misma con sus significativos cambios de ropaje.
            En el marco, pues, de los diferentes ciclos por los que transitamos en nuestro deambular sobre el suelo terráqueo, nos vamos a  ir adentrando en el del frío invierno, donde cobrará una importancia capital para el mundo cristiano el ritual de la Navidad, toda vez que la iglesia eligió para la celebración del nacimiento de su fundador el día 25 de diciembre.  No fue una decisión arbitraria, sino que se hizo con la clara pretensión de transferir la devoción que sentían entonces los gentiles  por el sol.
Así, en el calendario juliano se computaba el solsticio de invierno el 25 de diciembre, considerándolo como la natividad del sol, al comprobarse que comenzaban a alargarse los días, acrecentándose su poder desde ese mismo momento crítico. En este sentido, ya los egipcios representaban al recién nacido sol por la imagen de un niño que sacaban al exterior para presentarlo a sus adoradores. Incluso el dios Mitra fue asociado con el sol, el invencible sol,  por sus fieles devotos y por eso su natividad caía también en día tan señalado.
 Cierto es que los evangelios nada dicen respecto del nacimiento de Cristo, y por eso no celebraban su onomástica al principio. No obstante, pasado algún tiempo, los cristianos de Egipto acordaron el 6 de enero como fecha de la Natividad. Y así permaneció en la costumbre hasta que, a finales del siglo III o comienzos del IV, la iglesia de occidente adoptó el 25 de diciembre como fecha verdadera. Una decisión que también asumió después la iglesia de oriente, quedándose ya como definitiva.
En consecuencia con todo lo anterior, la Navidad comporta uno de los hitos fundamentales de los ciclos festivos a los que nos estamos refiriendo. En términos generales, la Navidad comprende un conjunto de celebraciones que van desde La Nochebuena, el 24 de diciembre, hasta el 6 de enero o de la Epifanía de los Reyes Magos. Y no hay ningún pueblo de España, ni de occidente entero,  que no conmemore con alegría compartida el nacimiento de Jesucristo.
Dentro, por tanto, de esa similitud de fondo de las distintas celebraciones navideñas, se observan no pocas variantes de carácter popular. Como bien advierte J. M. Caballero Bonald, los elementos obviamente inamovibles no obstaculizan el desarrollo de otros jolgorios privativos de determinadas regiones. Y señala el villancico como uno de nuestros más ilustres veneros poéticos de tipo popular –en distintas versiones ligadas a los respectivos cancioneros musicales– de un extremo a otro del país.
Son los villancicos esas letrillas tradicionales que se cantan a  varias voces durante las fiestas navideñas que cierran el año viejo y abren uno nuevo. Sabemos que en su origen se trataba de canciones profanas, con un estribillo característico, que se reiteraba entonándose a coro frente a las estrofas que interpretaban los solistas. Más tarde, los villancicos fueron introducidos en las iglesias y pasaron a asociarse concretamente con la Navidad.  
Como botón de muestra, traemos aquí tres ejemplos recogidos en nuestra provincia de Soria. En mi pueblo de Almajano, sin ir más lejos. Que a mí me traen recuerdos entrañables, porque me los cantaba mi madre (Angelines Laseca Antón) cuando yo era pequeño. Tanto me gustaron sus relatos que nunca los olvidé y de ese modo he podido plasmarlos posteriormente por escrito.
Son los tres que aquí selecciono, y que están relacionados, dentro de la historia sagrada, a la infancia del Niño Jesús. El primero de ellos es el titulado “La Virgen y el labrador” y nos lo cuenta así:
Camina la Virgen pura / a Egipto desde Belén / llevando al niño a caballo / porque el Rey Herodes / mandó degollarlo. / En la mitad del camino / a un labradorcito ve. / Le ha preguntado la Virgen: / Labrador, ¿qué haces? / Señora, sembrando / un poco de trigo  / para el otro año. / Vendrás mañana a segarlo / sin ninguna detención. / Este milagro lo hace / nuestro divino Señor. / Si acaso vinieran / por él preguntando / dices que le viste / y estando sembrando. / El labrador va a su casa / lleno de gozo y placer / y todo lo que le pasa / se lo cuenta a su mujer. / Y la mujer dice / que no puede ser / en tan poco tiempo / sembrar y coger. / Y estando segando el trigo / vieron venir a caballo / todas las tropas de Herodes / por el niño preguntando. / El labrador dice: / –cierto que le vi, / estando sembrando / pasó por aquí. / Vuelven caballos atrás / llenos de rabia y de ira, / pues no pudieron lograr / el intento que traían. / Y el intento era / llevárselo preso / para presentarlo / al rey más soberbio.
Tiene un total de 44 versos de arte menor (octosílabos y hexasílabos), con rima asonante de modo irregular. Su temática, queda enmarcada en la denominada Huida a Egipto que realizan la Virgen María y San José en su desesperado intento de proteger al Niño Jesús, frente a la pretensión del rey Herodes de capturarlo y matarlo, por considerarlo un posible usurpador en tanto que rey de los judíos. Ello propició la conocida matanza de los Santos Inocentes, dado que Herodes mandó degollar a todos los niños menores de dos años que había en Belén. El diálogo que se establece entre la Virgen y el labrador  es el elemento que vertebra el texto. Se le conoce también como  “El milagro del trigo”, ya que al anticiparse la cosecha del cereal las tropas perseguidoras se quedan desorientadas.
El segundo al que nos referimos se conoce tradicionalmente bajo la denominación de “La Virgen y el ciego” o, también, como “La fe del ciego”. Nos lo narra así:
Camina la Virgen pura / de Egipto para Belén / y en la mitad del camino / el Niño tenía sed. / No pidas agua, hijo mío, / que no se puede beber, / que bajan los ríos turbios / y no se puede coger. / Allá arriba, en aquel alto, / hay un rico narangel / y el que lo está guardando, / es un ciego que no ve. / Ciego, deme una naranja / “pa” este niño que trae sed. / Entre usted señora y coja / las que le hagan menester. / La Virgen, como era Virgen, / no cogía más que tres. / Y el Niño, como era niño, / todas las quiere coger. / Mientras la Virgen cogía / volvían a florecer. / Tan pronto marcha la Virgen, / el ciego comienza a ver. / ¿Quién ha sido esa Señora / que me ha hecho tanto bien? / Ha dado luz a mis ojos / y a mi narangel también / Era la Virgen María / que con su hijo iba a Belén. 
            Se trata, en este caso, de un bello romance, de 30 versos octosílabos, en el que  riman los pares en asonante (-e), mientras que quedan libres los impares. Resaltan los verbos en infinitivo de la segunda conjugación. Este villancico se enmarca cronológicamente en una secuencia posterior al primero, ya que hace referencia al retorno de la sagrada familia a Belén, desde Egipto a donde había huido. Aquí es la Virgen quien realiza la petición al ciego en el diálogo que se establece entre ambos. Simbólicamente se opone la oscuridad del ciego con la luminosidad que representa Jesucristo. Y es la generosidad del ciego la que hace que se opere el milagro y recupere su vista.
            El último al que nos referimos da en titularse por el primero de sus versos: “Madre en la puerta hay un Niño”. Y reza así:
Madre en la puerta hay un Niño / más hermoso que el sol bello /  sin duda que tiene frío / y esta desnudito en cueros. / Anda dile que entre / se calentará, / porque en esta tierra / ya no hay caridad.  / Entra el Niño y se calienta / y calentándose estaba, / le pregunta la patrona: / ¿De qué tierra y de qué patria? / Mi padre es del cielo, / yo bajé a la tierra. / Si usted me dijera / dónde está mi madre / de rodillas fuera / y hasta que la hallare. / ¡Hacedle al niño la cama / en la alcoba y con primor! / No señora, no me la haga, / que mi cama es un rincón. / Desde que nací / y hasta que me muera / ha de ser así.
Es este un villancico clásico de nuestra Navidad, que alterna en su composición de 25  versos, a octosílabos y hexasílabos. Su temática, alejada de los tópicos habituales (natividad, pesebre, pastores, magos de Oriente, etc., se centra en ese extraño infante que vaga solitario y desnudo por las calles. Entre él y la dueña de la casa se establece el diálogo que nos descubrirá de quien se trata. A su vez, la patrona dictará las órdenes a un tercero en demostración de su talante hospitalario y caritativo.
A modo de conclusión, señalaré que los tres villancicos aquí coleccionados forman parte indubitable de nuestra tradición oral soriana. Y son variantes o variaciones, en cada uno de los casos, de un mismo tema en origen, el que también se pone de manifiesto por otros muchos lugares.

Todos ellos se integran, por consiguiente, dentro de lo que se denomina patrimonio cultural inmaterial que, por lo valioso del mismo, deberíamos conservar y transmitir como importante legado a las generaciones venideras.  
José María Martínez Laseca
(29 de diciembre de 2017) 

domingo, 24 de diciembre de 2017

El sorprendente caso del Niño-Jesús robado de su propio belén

Muy queridos paisanos: les habla el detective Santero Mateo, alias “El Sante”. En primer lugar, les pondré en antecedentes sobre el caso que aquí nos ocupa. El que ocasionó un gran revuelo mediático ya que sobrepasó las bardas del corralito local, y que, debido a ello,  requirió la prestación de los servicios de investigación por parte de nuestra agencia “Satur & Sante. Detectives privados”, la única  existente en la capital soriana, con sede sita en el tercer piso de un viejo edificio de la conocida calle Estudios. Como bien saben ustedes, con la intensificación de los fríos durante el mes de diciembre, dadas las especiales características concurrentes de incentivación al consumo cada vez mayores, la empresa contratada a tal fin por el Excmo. Ayuntamiento, y a instancias interesadas de su junta de  gobierno, anticipaba la decoración lumínica nocturna de las calles y plazas más céntricas del casco urbano. Con la colocación de miles de bombillitas led (para evitar despilfarros energéticos, se decía, en pro de la sostenibilidad de los recursos), las que componían dibujos de estrellas, abetos, hojas de acebo,  bolas y otras filigranas multicolores. También los comerciantes se habían esmerado en decorar los escaparates de sus tiendas para atraer a la reacia clientela. El año pasado, por aquello de la importancia dada por los mandamases locales a las políticas de proximidad y de participación ciudadana, las diferentes asociaciones vecinales del municipio se implicaron en el Concurso de Adornos Reciclables de Navidad en los respectivos barrios, ora extramuros como los de Las Casas, Pedrajas, Oteruelos y Toledillo, ora propiamente urbanos como los de San Pedro, Santa Bárbara, La Barriada, del Calaverón, de los Pajaritos y zona del Casco Viejo. A fin de cuentas, la llegada de los fríos y la instalación de la iluminación nocturna anticipaban la llegada de la siempre tan entrañable como adorada por los más pequeños fiesta de la Navidad. O de las Navidades en plural, como decimos por estos pagos, que nos evocan muchos y muy diferentes sentimientos, pues no en vano cada uno de nosotros reacciona de distinta manera. Así hay quienes las ven absurdamente familiares. Empero yo les hablo desde el gran amor que siento hacia las Navidades, por los recuerdos que me traen de mi lejana infancia pueblerina, ya que entonces eran una festividad mucho más íntima y sincera, y con más nieve, mientras que ahora nos sumen en una auténtica vorágine, perdiéndose en la turbulencia sus valores esenciales.
            Lo cierto y verdad es que, una vez más, en consonancia con lo dicho, los trabajadores del almacén municipal, cual si de un operativo de intervención inmediata se tratara, colocaban un hermoso árbol navideño de la familia de las pináceas, al tiempo que, como todos los años, montaban el belén en plena Plaza Mayor, frente a la fachada principal del Ayuntamiento, bien que desplazado hacia la izquierda, acercándolo al Palacio Cultural de La Audiencia. Sobrio y humilde se mostraba a los  ojos, en cuanto a figuras, como simbolizando el espíritu minimalista de los sorianos. Una cerca rectangular de madera delimita el espacio con una suerte de granja de apenas tres gallináceas en su interior, en el ambiente de un paisaje rural donde un único pastor con su cayado, junto al puente sobre un supuesto río, atiende no más que una oveja, con su corderillo y el carnero padre. Obviamente, el centro de todas las miradas recaía sobre el establo: una caseta de madera con dos departamentos. En el de la derecha, una mula y un buey descansando sobre un lecho de paja, y en el de la izquierda, la figura puesta en pie de San José, que contempla complacido a la Virgen María sentada frente a él y cabizbaja.
La voz de alarma saltó cuando, varios días después de su montaje, uno de los curiosos visitantes al pasar junto al Belén exclamó, sorprendido, a voz en grito: ¡Han robado el Niño Jesús, pues no se encuentra entre los brazos amorosos de su madre! ¡Sin duda, que algún desalmado se lo ha llevado!” La denuncia corrió de boca a oreja y de prensa digital a prensa impresa, con Heraldo-Diario de Soria al frente, de la COPE a la SER…, llegando incluso a La 8 Soria TV, que desplazó a uno de sus intrépidos reporteros para entrevistar al denunciante in situ. El caso es que la Policía Municipal, requerida por la concejala delegada, actuó con prontitud y detuvo a un sospechoso. Se trataba de un mozo barbudo que había sido visto merodear por allí, pero que, conducido al cuartelillo y tras tomársele declaración, fue puesto en libertad sin cargos. La leal oposición política se movilizó al conocer la noticia, voceando a los cuatro vientos que era una vergüenza lo acontecido, consecuencia, sin duda, de la dejación de funciones por parte del equipo de gobierno del PSOE, con su alcalde-presidente a la cabeza. Sin duda que la Navidad une a los más alejados, incluso ideológicamente, y así PP, C´s, Sorianos e IU coincidían en su diagnóstico fatalista.
Ante el cariz que iba cobrando el tema, y debido a la gran alarma social producida entre la población, el primer edil, optó por pasar a la acción. El prestigio de nuestra agencia de sabuesos “Satur & Sante” era evidente. La resolución del caso de la plaza robada en la ciudad, relativo a la privatización del espacio público en Ramón y Cajal fue sonado en su día. Eso hizo que la fama nos precediera. Ya sé que alguno de ustedes me alegará que muy escasas credenciales eran esas. A lo que yo le respondería que no mucho más hizo el noble visigodo Saturio, pues con un único milagro como fue el dejar que saliera vivo el travieso niño Romualdo Barranco, natural de Carbonera, tras precipitarse desde la ventana de la ermita a unos enormes peñascos junto al Duero, pasó a ser aupado a los loores de la santidad y nombrado para el resto de los días patrono de la ciudad de Soria.
Fue el propio alcalde en persona, sin reparar en gastos, quien acudió sofocado a nosotros: “¡Os pido eficacia en esto, que me estoy jugando el bastón de mando!”  Al punto convoqué yo a mi querido ayudante don Saturio Gonzalo, apodado “El Satur”, exsargento jubilado de la Policía Municipal, y nos pusimos manos a la obra.  Entrados en harina, pudimos enterarnos de que no se trataba de un caso aislado puesto que  robos similares, de un tiempo a esta parte, se producían con frecuencia por toda  la piel de toro española. Desde Cataluña a Andalucía y de Galicia hasta Murcia. Como botón de muestra, ante la reiteración del delito, en la ciudad de León, habían optado por pegar con cola de la buena el niño Jesús a los brazos de su madre la Virgen María. También nos enteramos de que, saltando allende los mares, en Guatemala, el robo del niño Jesús, constituía una tradición muy arraigada. La cosa se les ponía fácil a los malhechores, pues menudita como es la figura del susodicho infante, bien cabía en cualquier tipo de bolsa. Por consiguiente, fuese una sola persona o en comandita con otros cómplices, la podían coger disimuladamente del Belén y llevársela con el compromiso implícito de organizar una fiesta para devolverla después. No resultaba extraño que, como consecuencia directa de la globalización y de la emigración de gentes, tal costumbre se hubiera instalado en la ciudad de Soria, al igual que había ocurrido con los siluros en el rio Duero. Pese al hallazgo, no quisimos lanzar las campanas al vuelo y optamos por personarnos ambos dos en el “lugar del crimen”. Y en esas nos encontrábamos, de mañana, cuando centraron nuestra vigilancia un padre y su hijo pequeño, que se acercaron a contemplar el Belén en cuestión. Atentos, aguzamos nuestros oídos: “¡Mira, hijo mío –exclamó el padre al contemplar la dependencia del establo en la que estaban la Virgen María y San José– algún ladrón ha vuelto a robar al Niño-Dios!” A lo que el chaval, un tanto espabilado, le respondió presto: “Pero papá, ¿no te das cuenta de que todavía es muy temprano y que será en esa noche, a las doce horas, como dice el villancico “esta noche nace un niño”, cuando venga al mundo el Niño-Jesús, que por eso es Nochebuena?”
No tuvimos que oír nada más. Mi colega y yo nos miramos estupefactos el uno al otro. “Elemental querido Satur –le dije yo sonriendo”. Asunto tan engorroso quedaba por fin zanjado de un modo imprevisto. Cuestión de aplicar la lógica hipotético-deductiva, o sea de lo que muchos entienden por sentido común, que, lamentablemente, es el menos común de los sentidos. Habría que esperar, pues, a que naciera el Niño Jesús primero, para después poder colocarlo en el belén junto a sus padres y al calorcillo de la mula y el buey. Es aquí, en la  conclusión, donde debo advertirles a mis queridos paisanos lectores de como muchos de los quebraderos de cabeza policiales han encontrado su esclarecimiento, más pronto que tarde, debido a la colaboración ciudadana. Cual es el caso.  
 José María Martínez Laseca
(24 de diciembre de 2017)