sábado, 13 de enero de 2018

Llanto por la muerte de nuestro padre Carlos Martínez Milla

      Al poco de la tarde de ayer, saltó la indeseada y trágica noticia: ¡Se ha muerto el Carlos!, dijo alguien accediendo al bar. Y alguno, sorprendido, le preguntó: ¿Qué Carlos? A lo que el primero le respondió enseguida: el de la Angelines, por nuestra madre, su fiel compañera, zanjando de ese modo cualquier duda. Se llamaba Carlos Martínez Milla.
    Con sus 96 años cumplidos –"los años enseñan muchas cosas que los días jamás llegan a conocer"– era el más viejo de Almajano: una lúcida memoria histórica. 
    Tuvo una buena muerte, repentina, sin padecimiento, en su propia casa, con los suyos y  el generoso auxilio de sus más allegados. Y de sus vecinos marroquíes de al lado. Pero, con todo, el dolor no deja de clavar sus afiladas uñas y no pudimos contener las lágrimas de nuestros ojos.
        Después fueron llegando otros parientes y demás vecinos. Al trasladarnos su sentido pésame, entre fuertes abrazos, algunos nos dijeron: ¡Que su recuerdo os acompañe siempre! Acaso, porque es cierto que uno no se muere nunca del todo mientras se le recuerde.
       De aquí que apenas dejemos de verlo, ya comencemos a recordarlo. Porque sabemos que recordar es volver al calor del corazón. Entre sus fotografías,  hay una en blanco y negro, pegada en el librito de familia numerosa. Están nuestros dos padres y nosotros cuatro, sus hijos: 14, 12, 8 años y  ni siquiera uno cumplido la pequeña. El padre 46. Una boina le cubre la cabeza. Porque era labrador de profesión. Minifundista. Pero, en tanto que autónomo, hombre libre, sin amo. Labrador de los de antes. Como lo fueron antes sus padres y los padres de sus padres. De arar con vacas, y sembrar a voleo, de segar con hoz, y aventar el trigo tras la trilla. Para con su esfuerzo y sudor ganarse honradamente el pan. Que lo contó muy bien en su pregón de las fiestas patronales del año 2015.
      Entre los dos pudieron sacarnos a nosotros adelante, darnos a todos estudios. Nuestro padre de joven fue buen mozo y algo presumido. Y alardeaba ante la gente de sus hijos. Pero con quienes disfrutaba realmente era con sus queridos nietos, aunque quizás estos gozaban todavía más con él. Él era muy chiquero.
      Bien sabemos que no fue un hombre perfecto, pero, el sol nos traía a nuestro hogar cuando éramos pequeños.
       Sentado en el banco de madera del porche de su casa, a la entrada del pueblo desde Soria, parecía aduanero. Congeniaba con todo el que pasaba. A todos les daba conversación entretenida. Estos también lo recordarán.
      De un tiempo a esta parte, la familia Martínez Laseca nos juntábamos en un restaurante a celebrar su cumpleaños y él nos invitaba, diciendo que esa sería la última vez. Ha tardado, por suerte, bastante. Esta pasada Navidad también nos invitó, tan contento por sentirse querido, al vermut en el bar de la plaza. Que hasta pudo jugar con Gonzalo, su primer biznieto. 
     Creemos que nuestro padre ha vivido feliz, porque a pesar de que nunca tuvieron muchos bienes, lo cierto es que necesitaron bien poco para ellos. Castellanos austeros, sin ningún apego por lo innecesario. Y por todo eso, pese al enorme dolor que nos causa su irreparable pérdida, nos sentimos algo reconfortados. Con la conciencia tranquila.
      ¡Ah!, una última cosa, si por algo se caracterizaba nuestro padre era por su curiosidad insaciable. Por sus enormes ganas de vivir. Las mantuvo hasta el último aliento. Nos sentimos muy orgullosos de él. Sin duda que lo echaremos mucho, mucho de menos, por ese largo tiempo gratamente compartido con nuestra madre y con toda la familia. 
      Ya has concluido el viaje. Descansa, padre nuestro, en paz.
           GRACIAS A TODOS VOSOTROS, POR ACOMPAÑARNOS EN NUESTRO DOLOR EN ESTE DÍA. MUCHAS GRACIAS. 
José María Martínez Laseca (en nombre de todos los hermanos)
(13 de enero de 2018)