Al poco de la tarde de
ayer, saltó la indeseada y trágica noticia: ¡Se ha muerto el Carlos!, dijo
alguien accediendo al bar. Y alguno, sorprendido, le preguntó: ¿Qué Carlos? A
lo que el primero le respondió enseguida: el de la Angelines, por nuestra madre,
su fiel compañera, zanjando de ese modo cualquier duda. Se llamaba Carlos Martínez Milla.
Con sus 96 años
cumplidos –"los años enseñan muchas cosas que los días jamás llegan a conocer"– era
el más viejo de Almajano: una lúcida memoria histórica.
Tuvo una buena muerte, repentina,
sin padecimiento, en su propia casa, con los suyos y el generoso auxilio de sus más allegados. Y de
sus vecinos marroquíes de al lado. Pero, con todo, el dolor no deja de clavar
sus afiladas uñas y no pudimos contener las lágrimas de nuestros ojos.
Después fueron llegando
otros parientes y demás vecinos. Al trasladarnos su sentido pésame, entre fuertes
abrazos, algunos nos dijeron: ¡Que su recuerdo os acompañe siempre! Acaso,
porque es cierto que uno no se muere nunca del todo mientras se le recuerde.
De aquí que apenas
dejemos de verlo, ya comencemos a recordarlo. Porque sabemos que recordar es
volver al calor del corazón. Entre sus fotografías, hay una en blanco y negro, pegada en el
librito de familia numerosa. Están nuestros dos padres y nosotros cuatro, sus
hijos: 14, 12, 8 años y ni siquiera uno
cumplido la pequeña. El padre 46. Una boina le cubre la cabeza. Porque era
labrador de profesión. Minifundista. Pero, en tanto que autónomo, hombre libre,
sin amo. Labrador de los de antes. Como lo fueron antes sus padres y los padres
de sus padres. De arar con vacas, y sembrar a voleo, de segar con hoz, y
aventar el trigo tras la trilla. Para con su esfuerzo y sudor ganarse
honradamente el pan. Que lo contó muy bien en su pregón de las fiestas
patronales del año 2015.
Entre los dos pudieron
sacarnos a nosotros adelante, darnos a todos estudios. Nuestro padre de joven fue
buen mozo y algo presumido. Y alardeaba ante la gente de sus hijos. Pero con
quienes disfrutaba realmente era con sus queridos nietos, aunque quizás estos
gozaban todavía más con él. Él era muy chiquero.
Bien sabemos que no fue
un hombre perfecto, pero, el sol nos traía a nuestro hogar cuando éramos
pequeños.
Sentado en el banco de
madera del porche de su casa, a la entrada del pueblo desde Soria, parecía aduanero.
Congeniaba con todo el que pasaba. A todos les daba conversación entretenida.
Estos también lo recordarán.
De un tiempo a esta
parte, la familia Martínez Laseca nos juntábamos en un restaurante a celebrar
su cumpleaños y él nos invitaba, diciendo que esa sería la última vez. Ha
tardado, por suerte, bastante. Esta pasada Navidad también nos invitó, tan
contento por sentirse querido, al vermut en el bar de la plaza. Que hasta pudo
jugar con Gonzalo, su primer biznieto.
Creemos que nuestro
padre ha vivido feliz, porque a pesar de que nunca tuvieron muchos bienes, lo
cierto es que necesitaron bien poco para ellos. Castellanos austeros, sin ningún apego por lo innecesario. Y por todo
eso, pese al enorme dolor que nos causa su irreparable pérdida, nos sentimos algo
reconfortados. Con la conciencia tranquila.
¡Ah!, una última cosa,
si por algo se caracterizaba nuestro padre era por su curiosidad insaciable. Por
sus enormes ganas de vivir. Las mantuvo hasta el último aliento. Nos sentimos muy orgullosos
de él. Sin duda que lo echaremos mucho, mucho de menos, por ese largo tiempo
gratamente compartido con nuestra madre y con toda la familia.
Ya has concluido el viaje. Descansa, padre nuestro, en paz.
Ya has concluido el viaje. Descansa, padre nuestro, en paz.
GRACIAS A TODOS VOSOTROS,
POR ACOMPAÑARNOS EN NUESTRO DOLOR EN ESTE DÍA. MUCHAS GRACIAS.
José María
Martínez Laseca (en nombre de todos los hermanos)
(13 de enero de
2018)
Gran persona. DEP. Tuve la ocasión de conocerlo en octubre de 2003 cuando viajé con mi mujer e hijos a Soria. Fuimos a Almajano a conocer el pueblo donde nació mi abuelo materno Félix Milla Hernández hemano de Dionisia. Nos encontramos con el a la entrada del pueblo preguntando por familiares. Nos enseñó el pueblo, la casa donde había nacido mi abuelo Félix, la antigua escuela, la iglesia, .. en fin todo el pueblo. Recuerdo que llamé con el móvil a mi madre Amparo Milla (también ya fallecida)que era hermana prima de él y los dos hablaron por fin recuerdo lo emocionante del momento. Por la tarde fuimos a conocer a su hija a Soria capital y allí estuvimos hablando de la familia. Que recuerdos. Mi hijo Javier si que ha vuelto muchas veces y la foto que aparece arriba es suya de un viaje que realizó. Saludos y una pena que se nos vayan.
ResponderEliminar* prima hermana
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