Verificada por los niños de la Escuela Nacional número 2, de San Pedro Manrique (Soria), y dirigida por el prestigioso Maestro D. Dionisio Rivera.
La mayoría de nosotros conocemos, desde
niños, que la ciudad celtíbera de Numancia es un claro símbolo de la lucha por
la libertad, puesto que la gesta de la resistencia de sus gentes, frente a la
todopoderosa Roma, y que la condujo a su exterminio, ha pasado a las páginas de
la historia universal. Incluso se ha visto agigantada por la leyenda. También
manipulada y arrimada interesadamente, cual sardina, al ascua de unas y otras
ideologías. Este año, se cumple, precisamente,
el 2.150 aniversario de aquel señalado episodio. Una efemérides que se está celebrando en Soria con actividades
de lo más variopinto (conferencias, exposiciones, mercados, teatro, presentaciones
de libros...). Entre ellas mi propuesta de prender el pebetero junto a la
Diputación (Véase en “Diario de Soria” mi columna Sobre vivir: “El territorio
del mito”, 2º párrafo, de 5-11-2015) que otros fueron capaces de llevar a
efecto. En el mismo sentido de contagioso emprendimiento, doy en traer aquí una
interesante experiencia educativa acometida por el maestro de San Pedro
Manrique D. Dionisio Rivera Tricio. Se trata de la excursión que realizaron 11
de sus alumnos el día 24 de abril de 1926, para que así conocieran
directamente, tanto las ruinas de Numancia como el Museo Numantino, depósito de
los hallazgos de las excavaciones arqueológicas practicadas. Me estoy
refiriendo con ello a “llevar Numancia a las escuelas y las escuelas a Numancia”,
ya que si se la hacemos llegar a los alumnos también les llegará mejor a sus
padres.
La experiencia, aquí rescatada y
reproducida, está contada por “un excursionista” (que se nos antoja sea el propio
maestro) y quedó recogida en el Num. 19 de la “Revista Pedagógica” (págs.
305-309), el Suplemento de “El Magisterio Español”, editado en Madrid, con
fecha 5 de Junio de 1926. Tampoco es de
extrañar que su inserción se debiera a la influencia del pedagogo y periodista Ezequiel
Solana Ramírez, nacido en Villarijo (Soria), copropietario y director de dicha
publicación.
“Preliminares.
Mucho
tiempo hacia que se deseaba realizar esta excursión. Los niños no cesaban de
preguntar: “¿Cuándo vamos a ir a Numancia?”
Tomaron parte en esta excursión 11
niños, todos los correspondientes al grupo o sección primera de la clase, niños
de los más adelantados con el fin de que pudieran sacar el mayor rendimiento
del viaje y que al mismo tiempo tuvieran la resistencia física necesaria para
no rendirse ya que los días iban a ser de gran ajetreo.
Los excursionistas fueron: Ángel La Hoz,
José Jiménez, Cayo Izquierdo, Justo Jiménez, Eloy Izquierdo, Rafael Munilla, Francisco
Munilla, Teodosio Martínez, Procopio Calvo, Gregorio Palacios y Martín San
Miguel.
Los gastos fueron costeados por sus
familias, siendo despedidos y recibidos en el pueblo con gran entusiasmo.
El
viaje. A
las ocho de la mañana del 24 de abril, el auto,
alquilado para el caso y que nos había de conducir a la capital, espera en las
puertas de la villa. Los 48 kilómetros que nos separaban de Soria fueron
recorridos en unas dos horas. En el camino nos detuvimos breves instantes al
cruzar la cordillera Ibérica por el puerto de Oncala, a unos 1.500 metros sobre
el nivel del mar.
Allí se les explicó las vertientes, y
vieron la divisoria de las aguas del Duero y del Ebro, de cuya cuenca veníamos.
Desde el puerto se divisan Soria, Numancia u una multitud de pueblos situados
en la meseta del Duero; se les fue explicando sus nombres así como el de los
ríos, valles y montes que de allí se divisan.
En Soria estábamos sobre las diez. El
inspector jefe, Sr. Manrique, previamente avisado, nos esperaba. Buscose alojamiento,
y dio comienzo la visita de la capital.
Soria, que ostenta en su escudo el lema
“Soria pura, cabeza de Extremadura”, era, en la Edad Media, una población
importante; hoy se ven esparcidos con profusión vestigios de su antigua
grandeza, derruidos unos y otros en pie, y todos adornados por las leyendas, y
sus herrumbrosas piedras ennegrecidas por la pátina de los siglos.
El señor gobernador civil de la
provincia, D. Jacobo Monjardín, y el señor Presidente de la Diputación
provincial, Sr. Azagra, también recibieron a los excursionistas, saludándolos y
felicitándolos. Los niños salieron muy contentos de la visita a dichas
autoridades.
Visita
a Numancia. El
objeto principal del viaje era visitar las ruinas de Numancia y su museo.
¡Numancia! ¡Nombre legendario que
resuena en todos los ámbitos del solar hispano, y aun del mundo, como un
símbolo de valor nunca superado! Palabra sacrosanta que se pronuncia con
veneración y respeto por todos, que os recuerda la tragedia de una raza
valiente hasta lo sublime de un pueblo que no queriendo ser esclavo del
conquistador prefiere convertirse en cenizas y vivir la vida gloriosa de la
historia.
Mil poetas han cantado tus proezas.
Descubrámonos al pronunciar tan sagrado nombre, como lo hicimos nosotros al
pisar sus ruinas.
Emplazamiento.
A
ocho kilómetros de Soria, río Duero arriba, en el cerro denominado de La Muela,
se hallan emplazadas las ruinas de la inmortal ciudad. El cerro tendrá unos 75
metros de elevación sobe el Duero, y unos 1.100 metros sobre el nivel del mar.
En el llano se encuentra el coquetón pueblo de Garray, a cuyo término municipal
pertenecen los terrenos que ocupó Numancia.
Arriba, el terreno es llano; desde esta
planicie se vislumbra un soberbio paisaje. El Horizonte se ve cerrado al Norte
y Este por la cordillera Ibérica, destacándose sus ingentes y nevados picos de
Urbión, Cebollera y Moncayo. El caudaloso Duero lame el pie de la colina
numantina, recibiendo allí mismo el caudal del Tera.
Por el llano a un kilómetro escaso,
cruza la carretera de primer orden que va a Logroño, y la de Calahorra,
cruzando ambas carreteras el Duero por un magnífico puente de piedra. La
visita, pues, a estas ruinas venerables es muy fácil por sus buenas
comunicaciones.
Historia y descubrimiento. Sabido es de
todos que Numancia en guerra con los romanos, los venció una multitud de veces,
hasta hacerles firmar una paz ventajosa para ella; paz que el senado romano rechazó
como ignominiosa para su orgullo, castigando a Mancino, firmante de la paz, a
ser entregado atado y desnudo a los numantinos.
Ante sus débiles muros, los bravos pelendones
fueron derrotando, uno tras otro, a los generales del imperio: Pompeyo Rufo,
Popilio Lenas, Hostilio Mancino, Tiberio
Graco, el cónsul Emilio Lépido, Furio Pilsón y Calpurnio Pilsón.
Viendo, por fin, los romanos que no
podían dominar a esta ciudad ibérica decidieron enviar al destructor de
Cartago, Publio Cornelio Escipión.
Corría el año 621 de Roma y 131 antes de
Jesucristo, cuando el gran Escipión al frente de 60.000 soldados, puso sitio a
la ciudad. No quiso entablar lucha frente a frente, y se limitó a rendir por
hambre a los sitiados, y poder ser enviados como trofeos al Coliseo romano,
deciden darse la muerte, quemar la ciudad y perecer todos entre sus escombros.
Pasaron los años y los siglos; el nombre
de Numancia se perpetuaba; pero hubo dudas sobre el lugar donde estaba situada
la ciudad gloriosa”.
José María Martínez Laseca
(27 de septiembre de 2017)
José María Martínez Laseca
(27 de septiembre de 2017)
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