sábado, 2 de julio de 2016

Las fiestas de las Calderas en la Soria de mitad del siglo XIX (1)

Muy poco sabemos del escritor soriano JOSÉ BENITO ORTEGA. En un conciso apunte, en “Noticiero de Soria” de 3 de agosto de 1892, pág. 2, se nos dice que manejó la espada y la pluma en sus mocedades, y que cultivó la poesía. Que, tras largos años de azarosa y precaria existencia murió en Madrid, tras haberse autobiografiado en un librito que dio a luz en verso con el título “Mi vida y mi traje”.
            El texto de Jose Benito Ortega sobre “Las Fiestas de las Calderas” (Soria, 1859), que copiamos aquí, suma un total de 111 redondillas o estrofas de arte menor de cuatro versos (abba). En su lectura podemos apreciar una interesante descripción de nuestras Fiestas de San Juan de hace 157 años. De ahí que se aprecien algunas diferencias con lo que acontece en nuestros días. En esta primera entrega se nos refiere lo que acontece en las jornadas del Jueves La Saca, Viernes de Toros y Sábado Agés. Como vemos, entonces se acometía el toro enmaromado por las calles.  
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Hay fiestas tan populares / en la española Nación, / de tan grande animación / y encantos tan singulares. / Que son en su especie, solas, / únicas, extraordinarias, / indefinibles y varias / y en fin, fiestas españolas. / Fiestas de Júbilo henchidas, / de gozo y placeres tales, / que no se verán iguales / en las tierras conocidas. / Originales y raras, / extrañas, indescriptibles, / en donde los imposibles / se realizan a las claras. / En donde por tradición / o por antigua costumbre, / con profana muchedumbre / se mezcla la religión. / Pero en cuyas fiestas bellas, / los sencillos castellanos / se divierten como hermanos / sin rencillas ni querellas. / Donde el noble y el villano / la plebe y la aristocracia / se hermanan con mucha gracia / y están juntos mano a mano.  
            Muchas ya de la memoria / del pueblo se van borrando, / otras se van perpetuando, / como las fiestas de Soria. / Estas fiestas placenteras, / que se esperan con afán, / son las Fiestas de San Juan / o fiestas de las Calderas. / Con esos títulos dos / se designan vulgarmente; / pero hablando propiamente, / son de la Madre de Dios. / A ella deben su completa, / su celebridad famosa / que torna en verdad hermosa / los ensueños del poeta. / Voy a ver si puedo yo / estas fiestas bosquejar / o a grandes rasgos trazar / aunque me temo que no. 
            Al lado de los bridones, / y de corceles briosos / y de carruajes vistosos, / y de jamelgos trotones. / El jueves en coche o jaca / cuando va el alba a puntar, / ir al monte a presenciar / de los novillos la saca; / Y el almuerzo suculento / con libaciones frecuentes… / entre las damas valientes / que rebosan de contento. / Y, al continuo daca y toma / de bebestibles que encienden… / las chispas… que se desprenden / de aquella báquica broma. / Y los múltiples avances / a las infinitas botas / y las mil botellas rotas / y muchos otros percances. / Y el venir tras de los toros / entre un aluvión de gentes / con muchas turcas… decentes / de Cariñena y de Moros. / Con varios lobos extraños… / pero lobos de dos pies, / que se transforman después / en cubas como otros años. / Y aquella emoción sin tasa / del placer, que aumenta y crece, / y todo lo que acontece, / y todo lo que allí pasa. / Ni pintar ni describir / creo que posible sea; / para formarse una idea / es preciso al monte ir: / Estar en Valhonsadero / al principiar la función, / y acabar la diversión / en San Polo junto al Duero.  
            Pero entremos en la plaza, / donde miles de bellezas, / entre miles de cabezas, / ostentan su linda raza. / Esa raza Caucasiana / o de la falda de Ida / mezclada y embellecida / con la árabe y romana; / Tipo de lo bello en Asia, / de lo más bello del mundo / desde el Eúfrates profundo / hasta Georgia y Circasia. / Desde donde nace el Don / hasta donde el Tajo muere / que puede ver quien quisiere / en la Ibérica nación. / Donde hay bellas de Sevilla / de Vizcaya, de Plasencia, / de Cataluña y Valencia, / de Aragón y de Castilla. / Pero ¿a qué fin una historia / de las bellas he de hacer? / todo el que las quiera ver / que venga en San Juan a Soria. / Y nosotros que ya estamos / de la plaza en los tendidos / o en los palcos embutidos / las funciones describamos.  
            Toros y novillos, son / jueves y viernes lidiados / por varios aficionados / de valor y corazón. / Que en el redondel los ves / presentar al toro el busto / por afición y por gusto / y sin ningún interés. / Afrentando a los toreros / ajustados en cuadrilla / que a la coronada villa / se nos llevan los dineros. / Por poner con poca gracia / las banderillas de fuego / y hacer con la capa luego / varias suertes con desgracia. / Por vestirse de trapajos / del Rastro o del Avapies / con los que salen después / encopetados y majos. / Haciendo fachenda y gala / del tauromáquico arte / y diciendo en cualquier parte / que están en primera escala. / Pero en cuanto al bicho vivo / del chiquero lo han soltado, / escapan como el venado, / a tomar pronto el olivo. / Porque como tienen asco / a los hijos de las vacas / de las vallas no los sacas / por no dar sin duda un chasco. / Pues no son más que unos chulos / que lucen cintas y moñas / como lucen las gazmoñas / y el toro sus cachirulos. / Toreando, en conclusión, / con torpeza y con canguelo / midiendo a veces el suelo / y sacando algún rasgón. / Concluida ya la lid / se encaminan los toreros, / con sus pellejos enteros / o rotos hacia Madrid. / Y otra vez en Maravillas / la tauromaquia ensayando / se van luego acostumbrando / a romperse las costillas.
            El sábado enmaromados / van los novillos corriendo / por las calles ofreciendo / algunos lances variados. / Tropezones y alaridos, / caídas y risotadas, / corridas aceleradas / cabe los toros transidos. / Qué furiosos se revuelven / cuando hierro se les clava, / y echando espumosa baba / pasan, vienen, van y vuelven. / Hasta que algún cachetero / ejerciendo bien su oficio / les hace el grande servicio / de dar el golpe certero. / Así acaba aquel sangriento / suplicio de toros bravos / destrozados por los clavos / y rejonazos sin cuento. / Después hechos varios trozos, / son en caladera guisados, / con otros mil agregados / por la cuadrilla y sus mozos. / Y luego calles cruzando / en la noche de ese día / la gente con alegría / va los Santos visitando. / Que se ostentan adornados / de flores, rosas y cintas / en sus cuadrillas distintas / en casa de los jurados. / Allí la gente bailar / ves con un ardor febril / y la gaita y tamboril / sin tregua alguna sonar. / Y a pesar de aquel bullicio, / y a pesar de las oleadas, / del barullo y las pisadas / de gente de poco juicio. / No se percibe una queja, / ninguna reyerta ves; / hay desorden… pero es / el que al orden se asemeja.
José María Martínez Laseca
(2 de julio de 2016)       

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