domingo, 6 de enero de 2019

La vida confesada de Vicente Marín

“¿Volver? Vuelva el que tenga, / Tras largos años, tras un largo viaje, / Cansancio del camino y la codicia / De su tierra, su casa, sus amigos, / Del amor que al regreso fiel le espere”. Son versos del poema “Peregrino”, incluido en “Desolación de la quimera” (1962) del poeta Luis Cernuda. Y me vienen que ni pintiparados para comentar “Las buenas y malas noches de Vicente Marín”, que no son otra cosa sino la biografía novelada del mentado, tras confesarse con el escritor paisano Javier Narbaiza. Vivirla para contarla.
       Y cumple este escribano muy bien el encargo de decir al curioso lector -en tan concisa como precisa narrativa, trufada con algún que otro diálogo-, las “fortunas, adversidades, tareas, empeños y amores” de la vida de Vicente Marín, “y todo empezando por el principio”. Así pues, el libro quedará ordenado en 18 capítulos, si bien el montante resulta de sumar 1+16+1. Porque, tanto el capítulo I (de prólogo): “Larga noche encerrado en el ascensor, como el capítulo XVIII (a manera de epílogo): “Días de otoño en Bretún, entre pastillas de colores”, se distinguen en letra cursiva, al remitir a un pasado más inmediato y estar dichos en primera persona. Que todas y cada una de esas 18 partes van convenientemente ilustradas con fotografías que vienen al caso. Y aún se añade un Apéndice final con más fotos, a modo de álbum. 
       De labios del biografiado oí (en la entrega que se le hizo del premio de soriano saludable, el 19 de noviembre de 2018) tildarla de novela erótico-picaresca. Mas no diría yo tanto respecto a la atribución del primero de los géneros, pese a que se nos hable de relaciones sexuales mantenidas tanto con chicas como con chicos, resaltándose, al ser ella considerada “el animal más bello del mundo”, los dos encuentros con Ava Gardner, pues no se entra en pormenores. 
       Sí que noto, por el contrario, similitudes con la novela picaresca inaugurada por “El lazarillo de Tormes” (1554), aunque en los 16 episodios del meollo de su trama el punto de vista no sea autobiográfico. Lo constato, no obstante, en otros cauces formales como son los del espacio y el tiempo. En consecuencia los lugares recorridos por el personaje-sarta marcan un tiempo lineal, itinerante. Vicente Marín, hijo de padres campesinos sigue en su deambular todo un proceso de enseñanza-aprendizaje. Tanto en su internado en seminarios cuanto en el cumplimiento del servicio militar, como, posteriormente, en su pasar por sucesivos amos, asimilando algunos oficios (y sus respectivos vicios).
       A fin de cuentas, para acabar ascendiendo en la escala económica y social al congeniar con un Grande de España: Miguel López Díaz de Tuesta, conde de Atarés y marqués de Perijá. Su gran benefactor, ya que a su muerte le legó su rico patrimonio artístico y documental. Por colofón a su peregrinaje vital, Vicente Marín, cual indiano que ha hecho fortuna, regresará, con 82 años, a la querencia de su tierra y a su casa para quedarse al frente de la fundación que lleva su nombre. Montado a lomos de esa especie de quimera, que supone el pretender resucitar a su casi vaciado pueblo de Bretún, un tanto perdido en las tierras altas de Soria, y en cuyo suelo quedan fosilizadas las huellas de los mastodónticos dinosaurios del jurásico. 
José María Martínez Laseca
(4 de enero de 2019)

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