Reciente la exitosa celebración
del Día Internacional de la Mujer en pos de la igualdad entre personas de uno y
otro sexo, nos adentramos en este sugestivo asunto. La Segunda República
Española del 14 de abril de 1931 estableció un momento excepcional en nuestra
historia educativa. Ello, porque el Gobierno
republicano era consciente de la importancia de la educación para la consolidación
de la democracia. A tan noble fin contribuyeron aquellas maestras con necesidad
de enseñar. Y queremos que este artículo, en dos entregas, sirva de recuerdo y
de homenaje a quienes han tenido –por su mera condición de mujeres– que remar
contracorriente para seguir estando ahí, a pie de obra como docentes. Defendiendo
el derecho a una mejor educación pública de todos y para todos.
Introducción
Hace
ya cierto tiempo, leí, en la contraportada de un periódico nacional, que la
maestra palestina Hanan ad Hroub, ganadora del llamado Nobel de la Enseñanza , y que educaba
sobre la no violencia, declaraba: “Podemos cambiar el mundo, debemos enseñar a
nuestros niños que las únicas armas deben ser el conocimiento y la educación”.
Y
me acordé, cómo no iba a hacerlo, de lo que aquí, precisamente aquí, en el
mismo Instituto que lleva el nombre de nuestro gran poeta, el día 1 de octubre,
en la inauguración del curso académico 1910/1911, en el Homenaje al sacerdote
krausista Antonio Pérez de la
Mata , Antonio Machado les dijo a los alumnos presentes: “En
vuestros combates no empleéis sino las armas de la ciencia, que son las más
fuertes, las armas de la cultura, que son las armas del amor.”
Machado
reclamó entonces “cultura y trabajo”. Lo que antes su maestro de la Institución Libre
de Enseñanza, Joaquín Costa, había llamado “escuela y despensa”. Inconformistas
ambos, con la realidad que les tocó vivir, buscaron una reforma moral de España
basada en la educación.
¡Viva
la República !
El
14 de abril de 1931, la España
que el día anterior se había acostado monárquica, se levantó republicana. Era la
II República , a la que muchos asociaron con
la primavera. Porque traía una enorme carga de ilusiones. Traía la esperanza de
una profunda renovación de la vida española. Y una de sus palancas principales
fue la educación. Entonces el 30% de la población española era analfabeta y
había un millón de niños sin escolarizar. Así que, el nuevo ministro de
Instrucción Pública Marcelino Domingo y su sucesor Fernando de los Ríos
pusieron en marcha una ambiciosa reforma educativa. Tal se advierte en el
artículo 48 de la
Constitución del 9 de diciembre de 1931, que dice
literalmente:
“El
servicio de la cultura es atribución esencial del Estado, y lo prestará
mediante instituciones educativas enlazadas por el sistema de la escuela unificada.
La
enseñanza primaria será gratuita y obligatoria.
Los
maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial son funcionarios
públicos. La libertad de cátedra queda reconocida y garantizada.
La
enseñanza será laica, hará del trabajo el eje de su actividad metodológica y se
inspirará en ideales de solidaridad humana.
Se
reconoce a las Iglesias el derecho, sujeto a inspección del Estado, de enseñar
sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos.”
Escuelas, maestros, inspectores
de primera enseñanza
La escuela pública debía ser diferente, no podía
inhibirse en una santa neutralidad frente a los problemas de la sociedad
española, sino que, por el contrario, debía interrogarse acerca de su futuro.
La política educativa emprendida no se va a limitar a los planteamientos de la Institución Libre
de Enseñanza expuestos por Bartolomé Cossío, sumaba también los de la escuela
única socialista y las corrientes pedagógicas más innovadoras. La escuela laica
y republicana debía ser un arma para la revolución social, pero siempre dentro
de la perspectiva de respeto a la conciencia del niño.
Se
acometió una política de construcción de escuelas; se dignificó el estatus del
maestro, mediante una mejor formación, subida de sueldos e incremento de
plantillas; se definió el cometido de la inspección de la Enseñanza Primaria ;
se actualizó el Museo Pedagógico y se incentivaron las Semanas Pedagógicas.
Incluso se crearon las Misiones Pedagógicas para llevar la cultura hasta las
aldeas más perdidas, rebasando las lindes de la educación formal.
Hablo
de Soria. En la reunión del Centro de Colaboración de Rioseco, el 1 de
diciembre de 1934, se señalan por mujeres enseñantes los tres elementos
fundamentales para una acertada labor educativa. Son: el Maestro, la Escuela y el Camino que se
debe seguir.
Así,
entre las condiciones que debe reunir un buen educador para cumplir debidamente
su cometido están “la moralidad”, toda vez que en los pueblos rurales han de
ser el blanco constante de los niños, y “la vocación” ya que se considera que
cada maestro debe crear su método, sugerido de otros ya experimentados, pero
siempre elaborados por una vocación puesta al servicio de la profesión.
Respecto
a los edificios escolares deberán reunir toda una serie de condiciones
higiénicas y poseer las dependencias anejas indispensables.
Y
en cuanto a la labor escolar, al ser las escuelas mixtas en su mayoría y las
demás unitarias, han de hacerse tres grupos: grado de iniciación, medio y
superior.
Soria
tuvo, por consiguiente más escuelas y más maestros e inspectores. He leído en
“El Porvenir Castellano” de 21 de marzo de 1934 sobre la inauguración del grupo
escolar “Manuel Blasco” (hoy La
Arboleda ).
He
observado en la prensa del momento el mayor protagonismo adquirido por las
maestras, siempre denominadas señoritas (acaso porque antes, para ejercer la
profesión, se les exigía no estar casadas).
Y
he podido constatar la gran labor de estímulo a la cultura y eltrabajo como
motores del progreso de los pueblos aportada a los maestros de los pueblos por dos
magníficos Inspectores-jefes de Enseñanza Primaria: el primero y gran pedagogo
soriano Gervasio Manrique Hernández (1891-1978) y la segunda su sucesora en el
cargo, a partir de marzo de 1934, tan competente como identificada con la causa
republicana, quien fuera en el entonces único Instituto de Enseñanza Secundaria
de Soria alumna de Antonio Machado, María Cruz Gil Febrel.
José María Martínez Laseca
(18 de marzo de 2018)
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