jueves, 30 de noviembre de 2017

Recuerdo de dos instantes: Peracho y Pepe Sanz (y II)

En relación con los rituales de desagregación, siempre me mereció un interés especial aquel del Finisterre gallego en el que quienes portaban al finado en andas entre la iglesia y el camposanto, daban tres pasos adelante y dos hacia atrás, con lo que tan solo avanzaban un paso. Demostraban de este modo su dolorido sentir y su apego con el ser querido, como resistiéndose a prescindir de su compañía. Algo similar nos sucede a nosotros con nuestros dos amigos, ya que no nos resignamos a su pérdida.
No queda aquí la cosa, porque, curiosamente es también en el mes de noviembre, el 11 del 11, coincidente con nuestro San Martín de Tours cuando se conmemora el Día Internacional del Origami o Papiroflexia como una actividad que crea amistad entre personas.
Viene aquí a cuento, dado que es la amistad lo más necesario para la vida. Sobre ella han filosofado Aristóteles, Cicerón, Montaigne, y más cerca Pedro Laín Entralgo, entre otros muchos. Este último la define como una peculiar relación de amor entre dos personas, para su mutuo bien y a través de ella se perfecciona la naturaleza humana, ya que convivir humanamente es convivir con los demás, partiendo de los más próximos.
Quien tiene un amigo tiene un tesoro, reza el refrán. Y es que la calidad de nuestra existencia viene marcada por la densidad que damos a los encuentros con otras personas, los amigos sobre todo. Pero no se tiene por amistad cualquier relación ya que la auténtica y verdadera no es fácil de conseguir, puesto que exige esfuerzo y continuidad. En realidad, el amigo verdadero ha de ser como la sangre, que acude siempre a la herida, decidida, sin aguardar que la llamen. Siempre los amigos nos ayudan a ser mejores.  
Este libro, que aquí presentamos hoy, está dedicado al recuerdo de Peracho y Pepe Sanz y es la demostración palpable de que ambos supieron granjearse, por méritos propios, un puñado de amigos dentro y fuera de Soria.
Y acaso eso lo hizo posible su capacidad de compromiso. Algo fundamental, al definirse esta palabra como aquello que nos hace seres capaces de aceptar y ser aceptados por los que nos rodean. A partir de ahí, ellos pudieron construir sus vidas más volcadas en el compromiso social y cultural. A sabiendas de que la vida de todos y de cada uno de nosotros es un problema común.
Ello enlazaría directamente con lo que algunos denominan como el cultivo de lo inútil, cual ocurre con la dedicación a las artes y las letras, las humanidades, que son lo que dan contenido espiritual a todo lo demás, ya que llevan a reflexionar y profundizar sobre el propio vivir en particular y sobre la condición humana en general.
Tanto Peracho como Pepe Sanz fueron dos personas que hicieron honor a la palabra dada, ya que los dos se significaron por su amor y defensa de la palabra. Usándola en su filo creativo.
Peracho  como narrador prioritariamente en su variante escrita, mientras que Pepe Sanz, en su condición de rapsoda y cuentahistorias, un tanto más en su formulación oral. Ambos, sin duda, a partir de su imperiosa necesidad de comunicar y de comulgar con los demás.
 Estoy hablando de literatura. De aquí que, entre varios posibles, haya escogido este poema de Jorge Luis Borges, titulado 1964, que suma dos sonetos y  donde el yo poético se acostumbra a vivir dentro de una ausencia, mostrando la soledad y la fuerza del olvido  en tono melancólico. Dice así:
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
 luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde (repites vanamente) sino
 lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
 la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
Sabido es que la mejor literatura es aquella que nos cambia y nos pone en la piel del otro. Que eso es en cierto modo lo que pretendemos nosotros también aquí, ponernos en su piel y en la de los suyos.
Porque nadie muere definitivamente mientras se le recuerda. Y eso es lo que estamos haciendo nosotros al rendir este homenaje a Peracho y Pepe Sanz en forma de libro. Resucitarlos trayéndolos a nuestra memoria, para que nunca se nos vayan del todo. Únicamente las vidas que se dedican a los demás merecen ser vividas, recordadas. Porque el tiempo que pasa, y que es nuestra sustancia ocasionalmente compartida en jardines de amor, es también oxidante y corrosivo y viene a dar razones al olvido.
El pasado al que siempre volvemos es aquel del que todavía nos quedan memoria y testigos. Y lo hacemos para ensanchar nuestro presente, ya que, sin él, este se quedaría mutilado. Por eso, para que identidades merecedoras, como las de Peracho y Pepe Sanz perduren, debemos hacer un buen uso de lo mejor que tenemos: la palabra.
Y es que, a fin de cuentas, no nos quedará otra cosa que no sean sino unas pocas palabras que nos salven. Como las que hay grabadas en las páginas de este libro, ofrecidas como flores en acción de gracias. In memoriam de Peracho y de Pepe Sanz. Porque si perdemos el sentido de nuestra memoria, perdemos el sentido de lo que somos.
Muchas gracias.

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