Pero su instancia –Madrid, 2 de septiembre de 1908–
para opositar a la cátedra del Instituto
de San Isidro de Madrid no sale
adelante, lo que resultaría decisivo para su noviazgo con la joven Leonor –la
hija de sus nuevos pupileros de la calle Estudios, 7– y que culminaría con su boda el día 30 de julio de
1909, en la Iglesia
de Santa María La Mayor.
Choca
que, en su estado de felicidad conyugal, Machado cursara nueva instancia
–Soria, 24 de septiembre de1910– para acceder ahora a la cátedra del Instituto
de Barcelona. Su intento volvió a resultar fallido.
Mejor
suerte tuvo en su deseo de regresar a París, porque la Junta para Ampliación de
Estudios le concedió una beca, el 18 de diciembre de 1910, para completar sus
estudios de formación en Filología francesa. Así, a primeros de enero de 1911,
Machado viajó a la capital francesa con su esposa Leonor Izquierdo Cuevas.
En
el Colegio de Francia acudió a los cursos impartidos, decantándose más por las
clases de filosofía de Henri Bergson que por el magisterio filológico de Joseph
Bédier. La repentina enfermedad de Leonor, el 14 de julio, le obligará a
regresar deprisa a Soria, en busca del clima seco del altiplano, más saludable
para su esposa.
Todo
será en vano, ya que Leonor fallece en la noche del 1 de agosto de 1912. Por lo
que Antonio Machado, dolorido, huye de
Soria junto a su madre.
Un modo característico de enseñar.
El propio Machado confesaba en su “Biografía” de 1913: “No tengo vocación de
maestro y mucho menos de Catedrático. Procuro, no obstante, cumplir con mi
deber”. Esto ha trasmitido su imagen de profesor indulgente.
Empero, Mariano Granados
Aguirre –alumno suyo en Soria– recordaba
con agrado su vivencia de iniciación en el idioma nuevo, pasándole inadvertida
la dureza de la gramática. Cuando la voz de Machado vibraba recitando en el
silencio de la clase, el recogimiento de los escolares, su atención emocionada,
tenía un poco de unción religiosa.
Su modo de enseñar, aprendido en la Institución Libre
de Enseñanza, era el socrático; el diálogo sencillo y persuasivo. Estimulaba el
alma de sus alumnos para que la ciencia fuese pensada, vivida por ellos mismos.
Mucho
de eso se advierte, cuando, con motivo de la apertura del curso escolar
1910/1911, pronuncia su célebre discurso en homenaje al filósofo krausista
Antonio Pérez de la Mata.
Sobre todo, cuando al final se dirige a los estudiantes allí
presentes y les dice entre otras cosas:
“Preciso
es que os aprestéis por el trabajo y la cultura a aportar (…) la obra de vida
de vuestras manos”. “En vuestros combates no empleéis sino las armas de la
ciencia, que son las más fuertes, las armas de la cultura que son las armas del
amor”. “Respetad a las personas, (…), mas colocad por encima de las personas
los valores espirituales”. “Que vuestros sesos os sirvan para el uso a que
están destinados”. “Aprended a distinguir los valores falsos de los verdaderos
y el mérito real de las personas bajo toda suerte de disfraces. Un hombre mal
vestido, pobre y desdeñado puede ser un sabio, un héroe, un santo; el birrete
de un catedrático puede ocultar el cráneo de un imbécil”. “Estimad a los
hombres por lo que son, no por lo que parecen”.
Para
concluir:
“Amad
el trabajo y conquistad por él la confianza en vosotros mismos, para que llegue
un día, después de largos años, en que vuestros nombres también merezcan
recordarse”.
Como su Juan de Mairena,
pretendía ante todo cambiar la mentalidad escolar, desarrollando el espíritu
crítico de los alumnos y la indagación personal. El maestro para Machado debía
ser a la vez maestro y discípulo, puesto que enseñar y aprender son dos
nociones complementarias. Bien sabía que el problema de España era de educación
y por eso trabajó con denuedo para regenerar su país.
El
milagro del poeta. Antes que profesor, Antonio Machado era poeta. Todo un
clásico desde su primer libro Soledades (1903). Pese a su condición de hombre
cosmopolita, Soria le cautivó. Lo corrobora su poema “Orillas del Duero” (IX)
incluido apresuradamente en la edición de Soledades. Galerías. Otros poemas
(1907).
Quiso
el destino que los dos se encontraran. Soria aportó al poeta el sosiego
necesario y el observatorio adecuado para hallar la esencia del alma española.
Con la joven Leonor gozó la dicha del amor y padeció la desgracia de perderla
temprano. Antonio, agradecido, entregó a Soria su poemario Campos de Castilla
(1912) que supone la mejor ofrenda de un poeta andaluz a la Castilla materna.
Desde entonces, las tierras del Alto Duero se han
convertido en el ámbito machadiano poéticamente trascendido por antonomasia. Y
su ciudad en memorable: “Soria, ciudad castellana / ¡tan bella! bajo la luna.”
Que este fue el milagro del poeta Antonio Machado, al que todos nosotros
estamos recordando 110 años después de su llegada como catedrático de Francés al
entonces único Instituto de Soria, el que hoy ostenta su nombre con orgullo.
Antonio: " Pocos
alumnos tienes en tu clase / de francés. Te miran como a un extraño / si
pronuncias la lengua de Corneille / y de Molière, con tu deje andaluz. (…).
Ellos escuchan tus palabras gratas / como
lluvia al caer tras los cristales. / Sintiendo la madera del pupitre /
clavárseles sobre sus tiernas carnes. / Pasmados de que en Francia, tan
lejana, / los niños supiesen hablar francés".
José María Martínez Laseca
(21 de febrero de 2017)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Aquí puedes escribir tu opinión. No escribas tonterías