martes, 28 de febrero de 2017

Subir al alto espino, donde está su tierra

Todos los años, cuando llega una fecha tan señalada como la del 22 de febrero [día en que falleció en el exilio el gran poeta español Antonio Machado, aquel 1939 del final de la guerra incivil, en Collioure (Francia)], un grupo de alumnos del Instituto que hoy lleva su nombre, dado que fue  su catedrático de francés, entre 1907-1912, acompañados de sus profesores, ascienden, saliendo desde sus aulas,  a visitar la tumba de Leonor en el alto Espino. “¿Qué es en Soria El Espino?”, dice J. A. Gaya Nuño en “El Santero de San Saturio” que le han preguntado muchos a quienes escapaba este triste epílogo del poeta en Soria. “Y cuando les aclaraba no ser sino el cementerio, me miraban con respeto, como si los sorianos poseyéramos toda la clave secreta de la poesía de Antonio Machado”. Es claramente, pues, el cementerio del Espino punto de la memorable convergencia: Machado-Leonor. Tal como se recoge en la lápida de mármol blanco que reza: “D.E.P. Doña Leonor Izquierdo de Machado. 1º de agosto-1912. A LEONOR, ANTONIO”. En su recuerdo, por tanto, con agradecimiento sincero y sumo recogimiento, se produce este emotivo ceremonial. Un acto entrañable donde los haya, de sencilla diafanidad como su misma poesía, tan cristalina. Todo consiste en una ofrenda floral y en el recitado por parte de los chavales de algunos de sus poemas más representativos, como si de un rito de iniciación se tratara.
Ya lo advirtió Gerardo Diego: la estancia de Antonio Machado en Soria comporta  un capítulo, que es casi la biografía entera de un hombre. “Cinco años en la tierra de Soria –recordaría el poeta– hoy para mi sagrada –allí me casé, allí perdí a mi esposa, a quien adoraba– orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano.” Todo es  intensamente vivido. Tremendamente acelerado. Llegada del profesor-poeta en 1907 al Instituto y flechazo de amor apenas ver a la joven Leonor Izquierdo Cuevas. Noviazgo corto y boda el 30 de julio de 1909 en la iglesia de Santa María La Mayor. Breve tiempo de felicidad y dicha culminado con el viaje, casi de luna de miel, a París. Pero todo se precipita de repente tras la hemotisis brutal de Leonor el 14 de julio de 1911. Regreso a Soria y compás de espera. Manuel Hilario Ayuso propone, como mejor homenaje al poeta, se le envíen flores a su esposa enferma, siendo José María Palacio quien se convierta en ejecutor de la idea para quien considera “poeta del Dolor y mi hermano mayor en espíritu”. Pese al conjuro de Machado con su poema de esperanza “A un olmo seco”, deseando el milagro de la primavera, Leonor fallece. Y Antonio, cansado, triste y viudo marchará a Baeza. Desde allí,  escribirá al buen amigo Palacio pidiéndole el favor de que: “Con los primeros lirios / y las primeras rosas de las huertas, / en una tarde azul / sube al Espino, / al alto Espino donde está su tierra.”
Con Machado ausente de Soria hubo muchos intentos de homenajearle, que a lo más que llegaron, como dice José Tudela, fue a reunirse un grupo de amigos y admiradores junto a la tumba de Leonor a depositar unas flores y a rezar una oración. Hasta que, por fin, se consigue el regreso de Machado a recoger su título de hijo adoptivo de la ciudad de Soria el 5 de octubre de 1932. Era cuando la segunda República. Ricardo Gullón en su artículo: “Soria, 1933” recordaba: “Subir al Espino, donde está su tierra, era el rito practicado para cumplir deseos del ausente: seis, ocho veces, participé en la ceremonia con José Antonio Maravall, Ildefonso-Manuel Gil, Manuel de Vicente Tutor, Juan Antonio Gaya Nuño, Bernabé Herrero. La liturgia apenas variaba: rememoración de Leonor y recitado de algún poema de Antonio. La voz recia de Gaya Nuño todavía suena potente en el oído interior y, aún más, la de Bernabé, delicada voz de poeta recordando a la azucena tronchada: “Una noche de verano la muerte en mi casa entró… mi niña quedó tranquila, dolido mi corazón”.
            Tras el triunfo de los facciosos y la consiguiente dictadura franquista vinieron tiempos oscuros para el poeta. El 5 de mayo de 1941, Antonio Machado fue expulsado post mórtem del cuerpo de catedráticos de Instituto. (Para que fuera rehabilitado como profesor del instituto Cervantes de Madrid, hubo de esperarse a la orden ministerial de un gobierno democrático en 1981). Paradójicamente comenzaron reivindicaciones del poeta desde la falange, como la temprana de Dionisio Ridruejo en 1942. En febrero de 1959, con motivo del 20 aniversario de su muerte, se le rindió al poeta un homenaje internacional en Collioure, ante su tumba por los movimientos progresistas. Lo que tuvo su inmediata réplica aquí en Soria con un contra-homenaje oficial, como nos recuerda Jesús Rubio Jiménez al entresacar de la primera página de “Campo Soriano” de 24 de febrero estas palabras: “La ciudad translúcida de Soria, religiosa y militar, ascética y poética, fue el más idóneo escenario para rendir un homenaje “nacional” al poeta “universal” Antonio Machado”.
            Aún hay más. Durante el año 1966, mientras se prohibía el homenaje popular al poeta en Baeza, aquí en Soria, el ministro Manuel Fraga Iribarne, inauguraría el parador de turismo en la cumbre del Castillo con el nombre de Antonio Machado y unos cuantos poetas afectos al régimen le tributaban una corona poética tejida con sus propios versos.
            En este contexto, un año después, en 1967, alumnos y alumnas del todavía único Instituto de la provincia, impulsados por algunos de sus catedráticos profesores como Félix Herrero Salgado (de lengua castellana y literatura) y Juan José Ruiz Cuevas (de filosofía) retomaron aquella ascensión ritual al alto Espino para leer los versos del poeta y depositar un ramo de flores ante la tumba de Leonor. Porque aquella semilla, echada en tierra fértil tiempo atrás, no había muerto y se quedó enquistada.  Para volver a germinar como las blancas flores de los madrugadores almendros que nos anticipan la llegada de la primavera tarda a las tierras altas de Soria.
            Todo en honor de nuestro mejor poeta cantor, que, al decir de Max Aub en su “Manual de Historia de la literatura Española”, responde al conocido silogismo de que: si Unamuno representa “un modo de sentir” y Ortega y Gasset “un modo de sentir”; Antonio Machado simboliza “un modo de ser”. Y en dicho modo de ser caben a un tiempo: “la estirpe romántica, la sencilla bondad, el rigor intelectual y la sincera melancolía”.
José María Martínez Laseca
(25 de febrero de 2017) 

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