miércoles, 16 de agosto de 2017

Concha de Marco: Cantos del compañero muerto (1)

Con esta introducción, trazada mediante unas cuantas pinceladas sueltas, se pretende contextualizar  el emotivo poemario de nuestra poeta Concha de Marco (Soria, 23 de mayo de 1916-Madrid, 19 de octubre de 1989) titulado “Cantos del compañero muerto”. El que aquí reproducimos íntegramente para dárselo a conocer a los curiosos lectores.  A él ya habíamos hecho mención en otros artículos anteriores, tales como “Concha de Marco: carnet de identidad” [en Revista de Soria, nº 8, 1995] y “Concha de Marco (1916-1989) [en la Revista Celtiberia, nº 96, 2002],  así como en mi libro, más reciente, “Concha de Marco en carne y verso” publicado en 2016 por el Ayuntamiento de Soria, con motivo de la celebración del centenario de su nacimiento.
Pero la expresa referencia  al mismo todavía se antepone más atrás en el tiempo. Respondió su noticia primera al momento de la “Exposición-homenaje: Juan Antonio Gaya Nuño (1913-1976) entre el espectador y el arte”, que se llevó a cabo en la sala de exposiciones de Caja Soria, del 16 de febrero al 16 de marzo de 1990, para dar a conocer el traslado a la ciudad de Soria del valioso legado bibliográfico y pictórico del gran escritor, historiador y crítico de arte nacido en la localidad de Tardelcuende. A tal fin divulgador de su figura, Ignacio del Río Chicote y yo, en tanto que comisarios de la muestra,  elaboramos el correspondiente catalogo de presentación, toda vez que Concha de Marco, con la que colaboramos muy estrechamente en el proyecto, falleció  –"en un lejano otoño, cuando quemen rastrojos"–  sin tan siquiera poder asistir a su apertura, que contó con la presencia destacada del profesor e investigador del arte, Alfonso E. Pérez Sánchez. El poemario, al que aquí aludimos, nos llamó especialmente la atención y por ello decidimos incorporar la transcripción de su primera página, justo debajo de la fotografía que reproducía la pequeña escultura de Jorge Oteyza “Puño gritando en el desierto”, auténtico retrato de Juan Antonio Gaya Nuño (véase la página 63 de dicho catálogo).
El texto mecanografiado de “Cantos del compañero muerto” está estructurado en un total de treinta párrafos, de distinta extensión, que se recogen agrupados en tan solo diez páginas. Si bien, inicialmente, parecía que iba a formar parte del “Manuscrito hallado en lo más intrincado del laberinto, con el que se da fin a las aventuras de los tigres transparentes”, al final la autora le otorgó una entidad propia e independiente.
En lo que atañe al momento de su escritura, resulta bastante fácil deducir que dicho texto fue elaborado por su compañera de toda una vida, Concha de Marco, durante el duro proceso vivido de la enfermedad y agonía de Juan Antonio Gaya Nuño, el que se prolongaría desde su diagnóstico inicial, en noviembre de  1975, hasta la fecha de su muerte, el 6 de julio de 1976.
No cabe duda que el esfuerzo intelectual que le supuso la escritura de este poemario tuvo para Concha de Marco un efecto de calmante o alivio. De ese modo, pudo soportar mejor un trance tan amargo y trágico. Lo podemos considerar, pues, como la mejor manera de gestionar el dolor producido por la visualización, día tras día, de la lenta consunción de su ser más querido, y en el que afloran a la superficie de la mente numerosos recuerdos de la vida cotidiana compartida.
 Sabido es que, en tanto que arte de creación, la poesía supone la expresión artística de la belleza por medio de la palabra sujeta a la medida y cadencia de que resulta el verso. No obstante, frente al resto de los otros poemarios de Concha de Marco, a los que nos hemos referido en trabajos como los ya arriba mencionados, plasmados en los usuales versos, “Cantos del compañero muerto” nos resulta ciertamente rompedor por estar escrito en una suerte de prosa poética, al modo y manera de  lo aportado por los poetas malditos franceses Baudelaire,  Rimbaud,  Verlaine y Mallarmé, y que, posteriormente, continuaría aquí, en España, su tan admirado poeta Juan Ramón Jiménez.
            La poeta se va a sentir así liberada de todo tipo de trabas para poder expresar con total naturalidad sus pensamientos  más íntimos, centrados en su dolorido sentir, dotando al conjunto del texto de un intenso lirismo. Porque cada frase está esculpida con exquisita lucidez. Y se advierte un tono elegiaco –“solo se canta lo perdido”– en la temática tratada. Temas tan constantes en la literatura, como los del amor y la muerte, se ponen aquí de manifiesto en una lucha de oposición de contrarios, tratando de encontrar sentido a la existencia, humanizando el contenido. En consecuencia, el duelo del yo poético sigue una trayectoria marcada por diferentes rodeos con la clara finalidad de identificar quien era el muerto y lo mucho que se perdió con él.
A fin de cuentas, al españolito Juan Antonio Gaya Nuño, que padeció el infortunio del exilio interior, ahora le “están matando las dos” Españas.  Se trata, la suya, según se nos dice, de una vida prolongada en treinta y siete años más. Después de haber sobrevivido a aquella celda de castigo cruel en el campo de exterminio de Valdenoceda (Burgos), tras acabar perdiendo la guerra civil 1936-1939 frente a los facciosos que se levantaron en armas contra la República. Con lo que la muerte del compañero se advertirá finalmente como una auténtica liberación para su alma, en pena prolongada, al cerrarse el poemario con la cita de estos versos subrayados de Quevedo: la cárcel rota y la prisión burlada.
  
CANTOS DEL COMPAÑERO MUERTO

            "Tres días antes de morir empezó a gritar; su silencio, cada vez más audible, me ensordecía. Temblaba la casa. Murió gritando, gritando yació toda la noche, muerto, gritando su des­mesurado silencio. No logré cerrarle la boca; lo intenté varias veces: El rigor mortal de los músculos había comenzado tres días antes. Gritaba todas las palabras que no dijo, todos sus cautiverios, todos sus exilios, todas sus derrotas. Siguió gri­tando dentro del féretro cerrado, gritaba en el horno cremato­rio, y del silencio de su boca salían llamas gritando. Conver­tido en cenizas, éstas siguen gritando, y su recuerdo vivo que llevo a flor de piel y en mis hondos adentros cada vez grita más, grita, desesperadamente, su silencio.

            Comienza a pronunciar lo que te dicta el enigma absolu­to que se viene a los labios impulsivo, de razón inconexa, por dentro cristalina, propágase en selváticos racimos de memorias sobre las lejanías, aéreas estructuras de áureos firmamentos, antecedentes mitológicos, tumbas de legendarios agonistas y bandadas migratorias de tribus desaparecidas en mi sangre pro­picia a todos los hechizos, el quíntuple dominio del sentido en esplendor de intimidad y viento.

            Oh enemigo de la patria, no preguntes más al rumor de generaciones que pasan con locura, de disputados dioses que a la aurora se mueren contra los ventanales polvorientos, el triun­fo de la tierra para lo consumido; vida llena de aristas, preci­picios de fuego y de tiniebla que aquí defiendo con bandera propia, el pasado tiene fulgores de mineral negro, brutalidad y miseria, la injusticia bebe aún en copa de oro el zumo de su viña.

            Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios: tú eres más infortunado, te están matando las dos”.
José María Martínez Laseca

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