Con esta
introducción, trazada mediante unas cuantas pinceladas sueltas, se pretende
contextualizar el emotivo poemario de nuestra poeta Concha de Marco
(Soria, 23 de mayo de 1916-Madrid, 19 de octubre de 1989) titulado “Cantos del
compañero muerto”. El que aquí reproducimos íntegramente para dárselo a conocer
a los curiosos lectores. A él ya habíamos hecho mención en otros
artículos anteriores, tales como “Concha de Marco: carnet de identidad” [en
Revista de Soria, nº 8, 1995] y “Concha de Marco (1916-1989) [en la Revista
Celtiberia, nº 96, 2002], así como en mi libro, más reciente, “Concha de
Marco en carne y verso” publicado en 2016 por el Ayuntamiento de Soria, con motivo
de la celebración del centenario de su nacimiento.
Pero
la expresa referencia al mismo todavía se antepone más atrás en el
tiempo. Respondió su noticia primera al momento de la “Exposición-homenaje:
Juan Antonio Gaya Nuño (1913-1976) entre el espectador y el arte”, que se llevó
a cabo en la sala de exposiciones de Caja Soria, del 16 de febrero al 16 de
marzo de 1990, para dar a conocer el traslado a la ciudad de Soria del valioso
legado bibliográfico y pictórico del gran escritor, historiador y crítico de arte
nacido en la localidad de Tardelcuende. A tal fin divulgador de su figura,
Ignacio del Río Chicote y yo, en tanto que comisarios de la muestra,
elaboramos el correspondiente catalogo de presentación, toda vez que
Concha de Marco, con la que colaboramos muy estrechamente en el proyecto,
falleció –"en un lejano otoño, cuando quemen
rastrojos"– sin tan siquiera poder asistir a su apertura, que
contó con la presencia destacada del profesor e investigador del arte, Alfonso
E. Pérez Sánchez. El poemario, al que aquí aludimos, nos llamó especialmente la
atención y por ello decidimos incorporar la transcripción de su primera página,
justo debajo de la fotografía que reproducía la pequeña escultura de Jorge
Oteyza “Puño gritando en el desierto”, auténtico retrato de Juan Antonio Gaya
Nuño (véase la página 63 de dicho catálogo).
El
texto mecanografiado de “Cantos del compañero muerto” está estructurado en un
total de treinta párrafos, de distinta extensión, que se recogen agrupados en
tan solo diez páginas. Si bien, inicialmente, parecía que iba a formar parte
del “Manuscrito hallado en lo más intrincado del laberinto, con el que se da
fin a las aventuras de los tigres transparentes”, al final la autora le otorgó
una entidad propia e independiente.
En
lo que atañe al momento de su escritura, resulta bastante fácil deducir que
dicho texto fue elaborado por su compañera de toda una vida, Concha de Marco,
durante el duro proceso vivido de la enfermedad y agonía de Juan Antonio Gaya
Nuño, el que se prolongaría desde su diagnóstico inicial, en noviembre de
1975, hasta la fecha de su muerte, el 6 de julio de 1976.
No
cabe duda que el esfuerzo intelectual que le supuso la escritura de este
poemario tuvo para Concha de Marco un efecto de calmante o alivio. De ese modo,
pudo soportar mejor un trance tan amargo y trágico. Lo podemos considerar,
pues, como la mejor manera de gestionar el dolor producido por la
visualización, día tras día, de la lenta consunción de su ser más querido, y en
el que afloran a la superficie de la mente numerosos recuerdos de la vida
cotidiana compartida.
Sabido
es que, en tanto que arte de creación, la poesía supone la expresión artística
de la belleza por medio de la palabra sujeta a la medida y cadencia de que
resulta el verso. No obstante, frente al resto de los otros poemarios de Concha
de Marco, a los que nos hemos referido en trabajos como los ya arriba
mencionados, plasmados en los usuales versos, “Cantos del compañero muerto” nos
resulta ciertamente rompedor por estar escrito en una suerte de prosa poética,
al modo y manera de lo aportado por los poetas malditos franceses
Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé, y que, posteriormente,
continuaría aquí, en España, su tan admirado poeta Juan Ramón Jiménez.
La poeta se va a sentir así liberada de todo tipo de trabas para poder expresar
con total naturalidad sus pensamientos más íntimos, centrados en su
dolorido sentir, dotando al conjunto del texto de un intenso lirismo. Porque
cada frase está esculpida con exquisita lucidez. Y se advierte un tono elegiaco
–“solo se canta lo perdido”– en la temática tratada. Temas tan constantes en la
literatura, como los del amor y la muerte, se ponen aquí de manifiesto en una
lucha de oposición de contrarios, tratando de encontrar sentido a la existencia,
humanizando el contenido. En consecuencia, el duelo del yo poético sigue una
trayectoria marcada por diferentes rodeos con la clara finalidad de identificar
quien era el muerto y lo mucho que se perdió con él.
A
fin de cuentas, al españolito Juan Antonio Gaya Nuño, que padeció el infortunio
del exilio interior, ahora le “están matando las dos” Españas. Se trata,
la suya, según se nos dice, de una vida prolongada en treinta y siete años más.
Después de haber sobrevivido a aquella celda de castigo cruel en el campo de
exterminio de Valdenoceda (Burgos), tras acabar perdiendo la guerra civil
1936-1939 frente a los facciosos que se levantaron en armas contra la
República. Con lo que la muerte del compañero se advertirá finalmente como una
auténtica liberación para su alma, en pena prolongada, al cerrarse el poemario
con la cita de estos versos subrayados de Quevedo: la cárcel rota y la
prisión burlada.
CANTOS
DEL COMPAÑERO MUERTO
"Tres días antes de morir empezó a gritar; su
silencio, cada vez más audible, me ensordecía. Temblaba la casa. Murió
gritando, gritando yació toda la noche, muerto, gritando su desmesurado
silencio. No logré cerrarle la boca; lo intenté varias veces: El rigor mortal
de los músculos había comenzado tres días antes. Gritaba todas las palabras que
no dijo, todos sus cautiverios, todos sus exilios, todas sus derrotas. Siguió
gritando dentro del féretro cerrado, gritaba en el horno crematorio, y del
silencio de su boca salían llamas gritando. Convertido en cenizas, éstas
siguen gritando, y su recuerdo vivo que llevo a flor de piel y en mis hondos
adentros cada vez grita más, grita, desesperadamente, su silencio.
Comienza a pronunciar lo que te dicta el enigma absoluto que se viene a los
labios impulsivo, de razón inconexa, por dentro cristalina, propágase en
selváticos racimos de memorias sobre las lejanías, aéreas estructuras de áureos
firmamentos, antecedentes mitológicos, tumbas de legendarios agonistas y
bandadas migratorias de tribus desaparecidas en mi sangre propicia a todos los
hechizos, el quíntuple dominio del sentido en esplendor de intimidad y viento.
Oh enemigo de la patria, no preguntes más al rumor de generaciones que pasan
con locura, de disputados dioses que a la aurora se mueren contra los
ventanales polvorientos, el triunfo de la tierra para lo consumido; vida llena
de aristas, precipicios de fuego y de tiniebla que aquí defiendo con bandera
propia, el pasado tiene fulgores de mineral negro, brutalidad y miseria, la
injusticia bebe aún en copa de oro el zumo de su viña.
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