viernes, 25 de agosto de 2017

Noticia de los hermanos Benito y Amparo Gaya Nuño (y 2)

Benito, el primogénito había nacido en Tardelcuende el día 9 de febrero de 1908. En otra fotografía, esta de 1916, en la que está con sus padres y su hermano pequeño, se le advierte muy despierto y hasta un poco travieso. Era un buen estudiante. Cursó la secundaria oficial en el Instituto de Soria y tras superar, con varias matrículas de honor, el bachillerato en el curso 1922-23, formaliza el traslado de su matrícula a la Universidad de Zaragoza, donde iniciará la carrera de Ciencias Exactas. Se le tenía por una mente prodigiosa. No obstante, la cruel circunstancia le sobrevino a causa de la poliomielitis infantil que lo dejó con debilidad muscular y paralítico a partir de 1924. Ello le obligó a retornar al seno de la casa familiar y a emprender un nuevo rumbo. A partir de aquello estudió, por libre, la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, desde 1926 a 1930. Y a pesar de los pesares, de la enfermedad y sus graves secuelas, él mantenía un carácter abierto y  un fino sentido del humor.
Tras la desaparición del padre, que se vio, paradójicamente después de muerto, incurso en responsabilidades políticas, a la familia le fueron embargados todos sus bienes, e impuesta una multa de 7.000 pts. Benito se había quedado como el único hombre de la casa, puesto que Juan Antonio no regresó de Madrid, ya que se había enrolado en el Batallón Numancia que luchó en el frente de Guadalajara. En consecuencia, Benito se vio obligado durante el transcurso de la guerra civil y los primeros años de posguerra a impartir clases particulares para así aportar algunos ingresos a la maltrecha situación economía familiar. En 1943, aprobó las oposiciones a Cátedras de Instituto por la asignatura de Griego y fue destinado a Bilbao, ciudad en la que su hermano Juan Antonio había estado desterrado varios meses, al salir de la cárcel en febrero de ese mismo año. Afortunadamente,  para el curso siguiente Benito ya se vino trasladado con destino definitivo al Instituto de Soria, donde permaneció estable. Quienes lo conocieron destacan en él dos grandes cualidades: organización y disciplina en el trabajo.
Gracias a ello, en 1948, leía su tesis doctoral “Escritura y lengua cretense”, que obtuvo Premio Extraordinario en la Universidad de Madrid y a la que, tras ser publicada con el rótulo de “Minoiká” le fue concedido, además, el premio “Luis Vives” de 1949 del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Sus posteriores trabajos de investigación aparecerían publicados  en revistas especializadas como “Emérita”, “Humánitas”, “Minos” y “Archivo Español de Arqueología”. En tanto que miembro fundador del Centro de Estudios Sorianos (CES), desde el primer momento colaboró con aportaciones de temática local (sobre toponimia, arqueología, viajeros por Soria, etc.) en la revista “Celtiberia”. Asumió, asimismo, las funciones de vicepresidente del CES hasta que murió, el 26 de febrero de 1953. Contaba tan solo 45 años de edad.
En su nota necrológica Antonio Tovar destacó de Benito Gaya Nuño tanto que era “el mejor especialista en temas cretenses”, como “su voluntad indomable de trabajo”. 
María del Amparo Lucía Gaya Nuño también nació en Tardelcende, el 25 de junio de 1919, por lo que permaneció poco tiempo en el pueblo dada su inmediata mudanza a Soria. Era la pequeña, la niña mimada de la casa. Más tímida e introvertida parecía. Estuvo siempre muy unida a su madre Gregoria, viuda de Gaya Tovar, y a su tía Vicenta. Cursó sus estudios de secundaria en el Instituto y se licenció en Ciencias Naturales por la Universidad de Zaragoza. Tras sacar las oposiciones a Cátedras de Instituto, obtuvo su primer destino en Lorca (Murcia), como recordaba bien su destacado alumno Alfonso E. Pérez Sánchez, que llegaría a ser director del Museo del Prado.
Algún tiempo después, Amparo se trasladó definitivamente al Instituto de Segunda Enseñanza de Soria, donde ejerció la docencia como educadora de sucesivas generaciones de estudiantes. Yo la tuve como profesora de Biología en COU, durante el curso 1972-73. Y en el curso 1985-86 coincidimos como compañeros del claustro de profesores de dicho centro. Ella fue mi confidente principal en mis averiguaciones sobre la vida y la obra de su hermano Juan Antonio. Ejerció de secretaria y asumió la dirección del Instituto, a finales de los años setenta e inicios de los ochenta, ya en los momentos previos a su jubilación. Y, también, formó parte de la Junta Directiva del Centro de Estudios Sorianos.
Amparo vivió personalmente los momentos más duros y trágicos por los que atravesó su familia, dada su perenne soltería. Ella estuvo presente en la despedida de todos sus miembros, que fueron abandonándola uno tras otro (su padre primero, luego el hermano primogénito Benito, la tía Vicenta, el hermano mediano Juan Antonio, su madre Gregoria, e inclusive su cuñada Concha de Marco) hasta convertirse en la única inquilina de la casa de Marqués de Vadillo, nº 8, primera planta. Con su muerte, el 27 de diciembre de 1991 desaparecía el último vástago de los Gaya Nuño.  
Llegados a este punto final, y si de extraer un destacado común denominador de identidad de los dos hermanos se tratara, yo me quedaría, sin dudarlo, con el hoy Instituto “Antonio Machado” de Soria, al que ambos dedicaron la parte más importante de sus vidas.

Obviamente, ni el humanista y lingüista Benito, ni la profesora Amparo alcanzaron el prestigio y la fama de su hermano Juan Antonio, escritor, historiador y crítico de Arte. Pero ello no implica dejar de reconocer que, también, estos dos tardelcondenses o pizorreros brillaron con luz propia. Con sus innegables méritos traspasaron las bardas del corral de nuestra provincia. Y por eso se merecen que recordemos sus nombres: Benito y Amparo Gaya Nuño. Tal  y como lo estamos haciendo aquí y ahora con nuestro escrito. (En Tardelcuende, a 19 de agosto de 2017).

José María Martínez Laseca

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