viernes, 25 de agosto de 2017

Noticia de los hermanos Benito y Amparo Gaya Nuño (1)

Cual si los estuviera viendo ahora mismo. Están todos ellos juntos. Ahí, quietos. La familia al completo. Como en un puño. Dispuestos de manera ordenada en el extremo derecho  de la larga mesa rectangular de madera maciza, con su mantel de tela incluido, dispuesta en el salón-comedor de la vivienda ubicada en la Calle Marqués de Vadillo, nº 8, piso primero, y cuyo balcón se abría, regalado de luz, casi al centro mismo de la plaza Mariano Granados, sitio vital de la ciudad de Soria, por donde pasean los transeúntes que se encaminan hacia el verdor del parque de la Dehesa de San Andrés o Alameda de Cervantes, que es un jardín botánico. Los veo bien organizados y dispuestos. Mirando a la cámara que va a congelarlos en una instantánea al disparar su flash. Tan solo se echa en falta, si acaso, a la Bienvenida, la sirvienta.
            Tras el proceso de revelado fotográfico, emergen, sentados varios de ellos, de izquierda a derecha: el padre, Juan Antonio Gaya Tovar, médico de profesión por tradición familiar y político de pasión –dadas sus firmes ideas republicanas–, con inquietudes intelectuales, que está un tanto distraído ojeando el periódico –tal vez “La Voz de Soria”– que sujeta entre sus manos, y Benito,  y Juan Antonio (este en segunda fila) y Amparo, mocetones, a continuación. De pie, la madre Gregoria Nuño Ortega, a la espalda de su marido, y, algo más allá, la hermana de esta, Vicenta, que fue bien acogida en el hogar, tras el fallecimiento de su hermano cura, Casto Nuño, capellán del Hospital Provincial, que había muerto el 9 de diciembre de 1932. Se sitúa detrás de su sobrina, la benjamina de la casa. Los tres varones, elegantes, lucen chaqueta  oscura y camisa blanca con corbata bien anudada. Y de las tres hembras, las dos mayores visten de negro luto –pues ambas son católicas y aun beata la tía–, lo que contrasta con el más claro atavío de Amparito.
La familia ocupa una buena posición social, no en balde el padre procedía de antepasados pertenecientes a la burguesía liberal soriana. Se muestran sonrientes y felices, o al menos lo aparentan en su pose. Esta fotografía fue tomada concretamente en 1935. Se cumplían, por tanto,  15 años ya de su traslado a la capital desde Tardelcuende, donde  les habían nacido los tres hijos, tras el matrimonio canónico,  efectuado el 29 de enero de 1907 en la iglesia parroquial de la Purísima Concepción, entre el médico del lugar y la hija más guapa del secretario de su Ayuntamiento. Fue obligado partir, puesto que el padre ejercía también el cometido de profesor de Gimnasia del único Instituto de Enseñanza Secundaria en la provincia.
Atrás había quedado el tremendo susto ocasionado por el estallido de la dinamita almacenada en el establecimiento de Claudio Alcalde, sito en la Plaza de Ramón Benito Aceña o de Herradores, acontecido el martes 25 de julio de 1922, festividad de Santiago. Toda una catástrofe, pues hubo tres muertos, numerosos heridos y hasta nueve casas incendiadas. Entre otras, el anterior domicilio familiar, en el número 15, la casa que antes habitaron, en su paso por Soria, los hermanos Bécquer y donde, por ser la residencia de su abuela Concepción Soria, nació la poeta Concha de Marco, la después compañera inseparable de Juan Antonio. Como consecuencia de ello se quedaron a la intemperie y tuvieron que alquilar su nuevo alojamiento provisional en una pequeña casa, con dos miradores, en el nº 2, 1º derecha de la plaza del Vergel. La familia atravesará entonces serias dificultades económicas.
Pero, lo peor no había sucedido. Estaba todavía por venir. Y llegó con la sublevación militar de los facciosos el 18 de julio de 1936 contra el gobierno legítimo de la II República Española. Ello  desencadenó la violencia brutal de la guerra incivil, por  fratricida y sangrienta. Con numerosas víctimas y afectados, tanto durante su desarrollo, entre 1936-1939, como en el tiempo de posguerra, dada la represión implacable practicada por parte de los vencedores contra los vencidos.
Tras el alzamiento, la alineación del lado del bando rebelde por parte de la provincia de Soria se produjo de inmediato. En su suelo no hubo ningún frente de guerra. Los requetés de la columna Mola entraron en la capital el 21 de julio, sin encontrar la menor resistencia. Y el doctor Juan Antonio Gaya Tovar se encontraría entre los primeros en ser encarcelados. Pese a su reconocido carácter bondadoso. Pero era un destacado dirigente del Partido Republicano Radical Socialista Soriano, que, tras su escisión y disolución, se vería  encuadrado en la Izquierda Republicana del presidente Manuel Azaña. No hubo contemplaciones. Sin juicio previo, fue fusilado por un pelotón de camisas azueles junto a las tapias del cementerio del Espino en la madrugada del 17 de agosto de 1936. Eso, pese a llevar en el bolsillo una resolución de la autoridad judicial militar de Zaragoza, con fecha de 2 de agosto, en la que se le declaraba inocente de todo delito. Aconteció el mismo amanecer en que cayó vilmente asesinado el poeta Federico García Lorca en Granada, en su Granada. Por  esos días Juan Antonio se encontraba realizando unos cursillos de formación del profesorado en Madrid.
Empero, se me había pedido que hablara de los hermanos Benito y Amparo Gaya Nuño, puesto que de Juan Antonio, el mediano, ya he dado sobrada referencia aquí en otras ocasiones. Así que –aunque el filósofo Ortega dijera lo de “yo soy yo y mis circunstancias”– no continuaré yéndome por esas ramas familiares y entraré, de inmediato, en harina sobre la cuestión que nos ocupa. No para hacer ninguna biografía al uso, sino para esbozar una semblanza de estas dos personas con unas cuantas pinceladas de rápido trazo.

José María Martínez Laseca

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